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We should take advantage of this moment when Colombia begins to question the role of culture in peace building to consider its contributions more broadly.

We should take advantage of this moment when Colombia begins to question the role of culture in peace building to consider its contributions more broadly.

No es fácil medir los beneficios que el arte y la cultura le aportan a una sociedad en términos prácticos o monetarios, y por eso los presupuestos destinados a su desarrollo suelen ser medidos y escasos, así como los más afectados en tiempos de crisis.

Como los indicadores de producción y acceso a los bienes y servicios de la cultura no siempre evidencian de manera obvia su relación con el desarrollo social o económico de los países, se vuelven difíciles de dimensionar. Intuimos por ejemplo, que un alto índice de lectura repercute positivamente en la calidad de vida de la gente, aunque no necesariamente sean los países más desarrollados los que tengan los índices de lectura más altos.

Ahora que de cara al posconflicto en Colombia la sociedad y los medios empiezan a pedirle cuentas al Ministerio de Cultura con respecto al rol que deberá cumplir, sería muy útil empezar a pensar seriamente la relación cultura-Estado, cultura-política y cultura-desarrollo, como tal vez no lo hemos hecho hasta ahora. 

“La cultura aún no logra ser percibida a nivel político y económico como un derecho social y un elemento central de desarrollo”, escribió María José Egaña —presidenta de la asociación de gestores culturales de Chile— en una carta al diario El Mostrador, cuando el presidente interino de Brasil anunció hace un par de semanas el cierre del Ministerio de Cultura como medida de emergencia. Y como la cultura no logra posicionarse en un rol protagónico, corre el riesgo de vivir convertida en una especie de cuota política mínima de popularidad.

Ante el anuncio del cierre de la cartera cultural en Brasil todo el mundo saltó —los artistas se tomaron el Palacio de Capanema y una bancada de músicos legendarios de bossa le dirigió una carta al gobierno para protestar— y entonces Temer no tuvo más remedio que retroceder.

Algo parecido pasó en Bogotá, cuando el Idartes anunció la fusión de tres festivales en uno — “Jazz”, “Salsa” y “Colombia al Parque”— y ante las reacciones negativas de la gente a los pocos días la alcaldía siemplemente se retractó.

Para que la cultura no se vuelva una especie de ficha de cambio políticamente correcta, debería existir un entendimiento más estructural y profundo del tema; pensar mejor cómo deberían articularse estas políticas con el resto de políticas públicas, y considerar en su real dimensión la utilidad de sus aportes. Los beneficios de la cultura son intangibles pero no por eso invisibles. Como dice el filósofo Nuccio Ordine en su obra La utilidad de lo inútil, la producción artística y cultural deberían ser un fin en sí mismas, pero eso no significa que sus contribuciones al cultivo del espíritu y al desarrollo civil no sean útiles y necesarias.

La cultura tiene el poder de generar cohesión social e identidad, e incentivar la participación ciudadana. También tiene el poder de curar heridas a través de la narración y la memoria, algo que sin duda vendrá bien en el posconflicto. No hay que perder de vista, sin embargo, que en este momento el presupuesto del Ministerio de Cultura es equivalente al 1% del presupuesto para la guerra (el Ministerio de Defensa recibe 30 billones anuales mientras que MinCultura, 330 mil millones) y al 33% del presupuesto total de la Secretaría de Cultura Recreación y Deporte de Bogotá (que cuenta con 1,18 billones de pesos anuales).

MinCultura ha planteado que para el posconflicto planea intensificar la política de fortalecimiento de patrimonio cultural que ha venido llevando a cabo en distintos lugares del país, así como el desarrollo de infraestructura y su plan bandera para la lectura, lo cual aunque poco espectacular tampoco parece ser una mala idea. Pero ahora que empieza a haber más expectativa que nunca frente a las entidades culturales del país, el Ministerio sí podría tener un papel más protagónico a la hora de posicionar un debate al respecto, demostrar la importancia del tema en esta coyuntura, y ubicar su cartera como herramienta imprescindible en la transformación social del país.

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