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Harsh Mander, Director of the Centre for the Study of Equity in India, was one of the instructors for the Intensive ESC Rights Course that took place last week in Bogotá. Carlos Baquero, researcher at Dejustcia, interviewed him for El Espectador about the fight against hunger.

Harsh Mander, Director of the Centre for the Study of Equity in India, was one of the instructors for the Intensive ESC Rights Course that took place last week in Bogotá. Carlos Baquero, researcher at Dejustcia, interviewed him for El Espectador about the fight against hunger.

Harsh Mander es más que un intelectual público de la India. Además de ser el director del Centro para Estudios de Equidad de ese país, Mander tiene a cargo el seguimiento a la demanda más numerosa del mundo sobre el derecho a la alimentación: hace unos años la Corte Suprema de la India ordenó proteger al menos 230 millones de personas que sufren de hambre. A su vez, su participación fue esencial en la promulgación de la Ley de Seguridad Alimentaria que brinda, entre otras cosas, 25 kilos de comida mensual a las familias que sufren de hambre. Esta medida impacta al 75% de las familias que viven en el área rural y el 50% de las que viven en el área urbana, las cuales en total suman 800 millones de personas.

¿Cómo describe India?

India es un país extraordinario. Uno de los clichés que las personas tienen sobre India es que todo lo que se puede decir de ella es verdad, al igual que todo lo opuesto. En India tenemos los fenómenos sociales más antiguos y al mismo tiempo los más novedosos. Por ejemplo, en India vive la tercera población más rica del mundo después de Estados Unidos y China, pero también uno de cada tres niños que está desnutrido en el mundo es de este país.

¿Cómo es la situación de hambre y malnutrición?

India es la segunda economía de mayor crecimiento en el mundo, es una democracia fuerte y produce más alimentos de los que puede consumir. Tenemos tanta comida almacenada que si se sacaran todos los costales y se pusieran uno al lado del otro, el camino formado podría llegar hasta la Luna y darle un par de vueltas al mundo.

Sin embargo, la situación de las personas con hambre es alarmante y muchísimo peor que la de los países de la región subsahariana o Bangladés, aunque estos países no tienen las mismas ventajas que tiene mi país. Los datos muestran que entre el 46% y el 48% de los recién nacidos en India están en situación de malnutrición.

Si India tiene un gran crecimiento económico, ¿por qué sigue teniendo niveles de hambre que alcanzan los 230 millones de personas?

Esa es una pregunta difícil, a la que he dedicado gran parte de mi trabajo de investigación y activismo. Algunas personas han llamado a esta dicotomía de crecimiento económico y aumento del hambre el “enigma de India”, que se caracteriza por altos niveles de desigualdad.

En mi libro Cenizas sobre el vientre doy una explicación de dos variables. En primer lugar están los factores culturales que mantienen e incrementan el hambre. Aunque en América Latina se encuentran las mayores desigualdades sociales, en India la desigualdad se define por el lugar en el que nació una persona, la casta a la que pertenece, la identidad y el género. Estas variables crean barreras tan grandes que se les hace difícil a las personas superar las condiciones de discriminación en las que viven.

Y en el interior de las sociedad, ¿hay personas que se ven más perjudicadas?

Claro, en la división social el género juega un papel fundamental en el manteamiento de la desigualdad. Tradicionalmente en los hogares, las mujeres son las personas que comen menos y de últimas. Esta variable de género se mantiene en todas las familias, sin importar si son ricas o pobres. Las mujeres siempre van a estar en peores condiciones que los hombres de la misma familia.

En su investigación, ¿cuáles son las principales enseñanzas?

La investigación que he hecho me ha mostrado tres enseñanzas que son muy dolorosas. Primero, las personas que viven con hambre le enseñan al cuerpo a pedir menos comida, pasando de tres comidas al día a sólo una. La segunda enseñanza es la pseudocomida, término con el que me refiero a lo que la gente come para no tener hambre, engañar el cuerpo. Por ejemplo, comen raíces, hojas o semillas de mango para que el cuerpo sienta que está comiendo, pero sin que esto genere ningún aporte nutricional. La tercera estrategia es lo que llamo las acciones desesperadas, como enviar a sus hijos a trabajar o entregarse al trabajo esclavo.

¿Cómo ve la situación en América Latina?

Hace falta más trabajo con esta región del mundo. La mayoría de mi trabajo se ha concentrado en comparar India con África y el sudeste asiático, pero el reto es analizar más lo que pasa en esta parte del mundo porque es fundamental para eliminar el hambre. Una prueba de esto es el programa brasileño de cero hambre, del expresidente Lula, que ha sido una inspiración para todos nosotros.

Finalmente, ¿cuáles recomendaciones da a los estados para impulsar la lucha contra el hambre?

En las últimas décadas hemos llegado a creer que la tarea central de los estados es fortalecer el mercado y no proteger y defender a los más vulnerables. Lo que creo es que hay que cambiar la perspectiva e impulsar un marco de dignidad y bienestar. Por eso los gobiernos se deben preocupar por los pilares de protección, como la alimentación, la seguridad social y la salud.

Un mundo ideal para mí es aquel donde nadie deba dormir en la calle, donde los niños no deban trabajar en vez de ir a la escuela y los adultos no deban trabajar hasta sus últimos días. Estas tareas deben alcanzarse con el reconocimiento fuerte de derechos que puedan ser implementados y exigidos a los estados.

Noam Chomsky dice que la protección social universal se da cuando todos nos cuidamos los unos a los otros. Gandhi proponía que el Gobierno debe secar la lágrima de cada ojo. En esta concepción del Estado, debemos enfocarnos en las personas más marginadas porque son las más olvidadas. En resumen, que la regla de conducta que nos rija es que la última persona sea la que se tenga en cuenta primero.

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