Invisible Tragedies
Mauricio García Villegas March 12, 2016
|
Last week I wrote about my father’s death who was run over by a motorcyle that shattered his skull when he was walking on San Juan street in Medellín.
Last week I wrote about my father’s death who was run over by a motorcyle that shattered his skull when he was walking on San Juan street in Medellín.
También escribí sobre la tragedia de los accidentes de moto y expliqué cómo la cifra de muertes por esa causa asciende a 3.200 cada año, cifra esta similar a la de las muertes de la guerra, unas 3.500 en promedio desde 1984.
A raíz de esta columna he recibido cientos de mensajes afectuosos de lectores y amigos que me expresaron su condolencia, lo cual agradezco de todo corazón. También me llegaron muchos comentarios sobre la falta de cultura ciudadana de los motociclistas, sobre el peligro que representan las motos y sobre la frecuencia de los accidentes que causan. Entre ellos recibí más de diez mensajes de personas que me dijeron que su padre o su madre también habían muerto atropellados por una moto.
Todo esto me confirma algo que ya he dicho muchas veces en esta columna, y es esto: que lo que ocurre en las calles, con los millones de personas y de vehículos que día a día se encuentran, es un indicador del tipo de sociedad que tenemos y de lo que somos como país. No hay ningún otro espacio social, ni el deporte, ni el mercado, ni la cultura, en donde tanta gente se relacione de manera tan constante a través de reglas básicas de comportamiento ciudadano. Es por eso que la circulación es un asunto público de gran importancia, no solo social sino política.
Sin embargo, a casi nadie le interesa este tema, empezando por mis colegas de ciencias sociales y columnistas, para no hablar de los gobernantes (Mockus era una excepción) y de la clase política en general. En Colombia la circulación es vista casi exclusivamente como un tema de movilidad (de trámite urbano) y los accidentes, de los cuales se ocupan (y mal) los policías, son vistos como una disfunción fastidiosa de esa movilidad. Así las cosas, las muertes en las calles no se ven como lo que en realidad son: como un enorme problema de cultura ciudadana, de salud pública y de modelo de sociedad.
¿Cómo explicar este desinterés? Yo creo que eso se debe a que los muertos y los heridos de las motos son casi invisibles. Ocurren en miles de sitios dispersos por todo el territorio nacional y casi siempre afectan a gente pobre. Por eso los muertos de las motos terminan siendo tan banales como los muertos de muerte natural en los hospitales. En Colombia nos hemos acostumbrado a reducir la tragedia a los hechos de la guerra, con cuerpos mutilados por las minas, cadáveres transportados en helicópteros o pueblos destrozados por bombas. Somos incapaces de apreciar la violencia que ocurre de manera cotidiana, permanente, gota a gota, dispersa y silenciosa. En los últimos diez años pueden haber muerto unas 70.000 personas en las vías públicas. Eso es casi cuatro veces el número de los muertos de Armero en 1985, una de las tragedias que más han conmovido a la opinión nacional.
Muchas de las muertes ocurridas en las vías públicas podrían evitarse si el Estado se apersonara de este asunto. Los accidentes de moto son, en buena medida, el resultado de la falta de reglas claras que impongan orden en la compra de motos, en el permiso de conducción, en el manejo del vehículo y en la infraestructura vial. La falta de cultura ciudadana es una consecuencia de la falta de reglas efectivas, no una causa. Por eso, esta tragedia colectiva es ante todo un producto de la falta de Estado.
A veces pienso que en Colombia la gente está tan acostumbrada a ser víctima del Estado, que se le olvida que también es víctima, y a veces de peor manera, de la falta de Estado.