Is it possible to build a bridge between the Catholic Church and LGBTI people?
Mauricio Albarracín September 6, 2017
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The Church should abandon its moral superiority and open the mind and heart to see the daily discriminatory acts against the LGBTI community around the world.
The Church should abandon its moral superiority and open the mind and heart to see the daily discriminatory acts against the LGBTI community around the world.
Pope Francisco arrives today in Colombia and, without a doubt, his visit can be a good opportunity to build bridges and tear down walls among those of us who think differently. It is no secret that the Catholic Church has for many years been one of the institutions that has fiercely opposed the recognition of the rights of LGBTI persons. Is it not the time for the hierarchy of the Church to reflect on its actions and abandon this crusade of intolerance?
El sacerdote jesuita James Martin publicó recientemente un libro llamado: Construyendo un puente en el que sugiere algunas ideas para eliminar las barreras de diálogo entre la jerarquía católica y las personas LGBTI. Martin propone que deberían ponerse en práctica las acciones del Catecismo que dice que las personas LGBTI deben ser acogidas con respeto, compasión y sensibilidad (delicadeza en la versión en español del Catecismo) ¿Qué significa que sacerdotes, obispos, cardenales, el papa y, en general, todos los integrantes de la curia deban tratar con respeto, compasión y sensibilidad a las personas LGBTI?
Según Martin, respetar significa que la jerarquía debe reconocer que las personas LGBTI existimos al interior de la Iglesia católica y que aportamos a su construcción desde nuestros propios dones (Primera carta a los Corintios 12:12-27). Respetar es hacer visible y respetar la identidad. Por tanto la jerarquía debería llamarnos por el nombre que hemos decidido llevar con orgullo: gay, lesbiana, bisexual, trans e intersex, o el nombre que la persona elija según su identidad de género. Usar expresiones como “sodomita”, “aberrado”, “desviado” o llamar a la homosexualidad como un “comportamiento intrínsecamente desordenado” viola la dignidad humana que defiende el Concilio Vaticano II. La jerarquía de la Iglesia debería seguir el ejemplo del papa Francisco quien usa la palabra “gay” e incluso llegó a decir su famoso: “¿Quién soy yo para juzgar?” (Ver un completo análisis sobre el papa y los derechos LGBT en “Francisco y el arcoiris” de Giuseppe Caputo). También la Iglesia católica debería seguir el Catecismo que establece que frente a las personas LGBTI “se evitará… todo signo de discriminación injusta”. Esto implica, como lo señala Martin, que no se puede discriminar a ninguna persona LGBTI en el trabajo o en las instituciones educativas que dirige la Iglesia católica.
La segunda acción es la compasión, entendida como la experiencia de sufrir con el otro. Martin asegura que la Iglesia debe escuchar primero para ser compasiva. Por eso, la jerarquía de la Iglesia debería ser como el buen samaritano (Lucas 10: 25-37) que es capaz de ver y sentir el sufrimiento del otro sin juzgarlo. Martin recuerda, además, el evangelio de Juan cuando dice que Jesús se hizo carne y vivió entre nosotros. Y Jesús incluyó en ese “nosotros” a una gran diversidad de personas que eran marginalizadas y excluidas en su tiempo: las mujeres, los enfermos, las prostitutas, los débiles, los humildes, los pobres. Jesús estuvo con quienes sufrían y para ello vivió y sufrió con ellos. La curia debería abandonar la superioridad moral y abrir la mente y el corazón para ver los actos discriminatorios que ocurren a diario contra las personas LGBTI en todo el mundo.
Finalmente, tratar a las personas LGBTI con sensibilidad implica un acto de “encuentro, acompañamiento y amistad”. No para buscar convertir o maldecir a las personas LGBTI, sino, por el contrario, para ayudarlas ante sus necesidades. Martin recuerda dos historias de Jesús sobre la ayuda que ofrece a aquellos que eran rechazados por la comunidad judía: el centurión romano quien pidió a Jesús que curara a su sirviente (Mateo 8: 5-13) y el encuentro con Zaqueo, el recaudador de impuestos (Lucas 19: 1-10). Amar al prójimo es un acto radical que no admite discriminación ni pide nada a cambio.
Martin también sugiere que las personas LGBTI deberíamos tener respeto, compasión y sensibilidad con la Iglesia católica. Creo que ya hemos dado el primer paso. A pesar de todos los daños que nos ha hecho la jerarquía católica y su injusta doctrina, hemos vivido por años en comunidades católicas, acudimos con respeto a la eucaristía y a los sacramentos, respetamos a todas nuestras familias, amigos y vecinos que profesan el catolicismo. Incluso, algunas familias de parejas del mismo sexo bautizan a sus hijos o están esperando al papa en estos momentos.
El puente entre la Iglesia católica y las personas LGBTI sólo será posible recorrerlo si actuamos según la más sencilla y poderosa idea del cristianismo: amar al prójimo como a uno mismo. Muchas personas LGBTI católicas, nuestras familias y amigos católicos, sacerdotes, monjas y algunos obispos han empezado a construir este puente. ¿Usted ya dio el primer paso?
*Investigador de Dejusticia y activista LGBTI.