Law and Ethics
Mauricio García Villegas March 14, 2015
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Societies that constantly experience scandals, like ours, suffer from a type of collective squizofrenia. Each story of corruption produces two opposite reactions: while some, the moralists, throw up their hands in horror and clamer for exemplary punishments, others, the cynics, shrug their shoulders and say that nothing has happened until there’s a final conviction.
Societies that constantly experience scandals, like ours, suffer from a type of collective squizofrenia. Each story of corruption produces two opposite reactions: while some, the moralists, throw up their hands in horror and clamer for exemplary punishments, others, the cynics, shrug their shoulders and say that nothing has happened until there’s a final conviction.
En esta columna no voy a hablar de los moralistas, que se encuentran por miles en las redes sociales y los foros de los periódicos, sino de los cínicos. Y no de todos, sino de uno en particular, Abelardo de la Espriella, abogado del magistrado Jorge Pretelt, quien sostuvo esta semana que “la ética no tiene nada que ver con el derecho” (esto me hace recordar a J.J. Rendón cuando dijo que “eso de la ética es para filósofos”).
De casi ninguna actividad humana se puede decir que no tiene nada que ver con la ética, menos aún del derecho, que trata temas tan sensibles como la convivencia, los derechos, la justicia, la dignidad o el castigo. En el derecho ocurre con cierta frecuencia que lo que es válido no coincide con lo que es justo o con lo que es moralmente bueno. Pongo un ejemplo simple y célebre de teoría del derecho: en un parque hay una norma que dice “prohibida la entrada de vehículos”. Sucede que alguien, en el interior del parque, tiene un infarto y necesita ayuda con urgencia. Llega una ambulancia, pero el guardia no la deja entrar debido a la prohibición de ingreso de vehículos. Cualquier juez (o guardia) razonable dejaría de aplicar esa norma válida por razones morales. Con el mismo tipo de razonamientos la Corte Constitucional ha resuelto miles de casos en donde matiza o incluso modifica normas válidas con el fin de hacer justicia, o defender principios morales.
Pero lo que más me sorprende de todo esto no es tanto que se desconozca el contenido ético del derecho, sino más bien que se deje de lado la relación estrecha que el derecho tiene con la política. Me explico: quienes más invocan el derecho a la presunción de inocencia y al debido proceso del magistrado Pretelt son los conservadores y la gente de derecha que simpatiza con su ideario político. Es el caso del procurador Ordóñez, quien, a propósito, es el jefe de la esposa del magistrado Pretelt, la procuradora de familia Martha Ligia Patrón.
Es curioso, por decir lo menos, que estos conservadores sean tan laxos con la ética cuando se trata de defender a sus copartidarios envueltos en escándalos de corrupción y que sean tan estrictos con la ética cuando tratan de promover campañas contra el aborto, la eutanasia o el matrimonio entre parejas del mismo sexo. Es como si tuvieran raseros morales distintos que aplican (de manera inmoral) según las personas y los hechos. Su consigna parece ser esta: para mis amigos el debido proceso por encima de la ética y para mis enemigos la ética por encima del debido proceso.
En una democracia seria, la reunión del magistrado Pretelt con el abogado de Fidupetrol ya sería un motivo suficiente para renunciar al cargo. Sin embargo, De la Espriella dice que esa renuncia, sin haber sido vencido en juicio, es un asunto ético que nada tiene que ver con el derecho. Este no es un buen argumento, ni siquiera cuando se trata de un particular, mucho menos tratándose de un magistrado de la Corte.
Por lo menos el abogado es consecuente en sus afirmaciones: así como supone que la ética nada tiene que ver con el derecho, también estima que la indignidad de un magistrado nada tiene que ver con su permanencia en el cargo.