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The high votes obtained by the candidates from the extreme right in the presidential campaigns currently being conducted in France and the United States was astonishing. Last Sunday, in France, Marine Le Pen, National Front candidate, obtained 18% of the votes, well over 11% earned by Jean-Luc Mélenchon from the extreme left. While the winner of the contest was François Hollande from the Socialist Party (28% of the votes), the votes for Le Pen were very high and it converts her party into a major political player for the elections of 2017.

The high votes obtained by the candidates from the extreme right in the presidential campaigns currently being conducted in France and the United States was astonishing. Last Sunday, in France, Marine Le Pen, National Front candidate, obtained 18% of the votes, well over 11% earned by Jean-Luc Mélenchon from the extreme left. While the winner of the contest was François Hollande from the Socialist Party (28% of the votes), the votes for Le Pen were very high and it converts her party into a major political player for the elections of 2017.

En los Estados Unidos pasó algo similar. El candidato republicano Rick Santorum, representante de la vertiente más conservadora y radical de su partido, estuvo a punto de imponerse a su rival, el republicano Mitt Romney, más moderado y convencional.

Así pues, a la derecha, y sobre todo a la extrema derecha, le va bien en estos momentos de crisis; saca provecho de las desdichas de los más pobres y de la incapacidad de los partidos tradicionales para encontrar una solución durable a la crisis actual. Por eso hay que tomar en serio lo que dicen sus voceros (así digan bobadas) y hay que tratar de entender por qué lo dicen.

Le Pen y Santorum representan dos tradiciones de extrema derecha muy diferentes. La versión europea (la de Le Pen) es nacionalista y xenófoba. La derecha gringa, en cambio, es religiosa y comunitarista.

El caballito de batalla de la derecha francesa no es la moral religiosa (Marine Le Pen vive en unión libre y nunca habla de la fe, de la familia católica o del papa), sino la identidad nacional (“Francia para los franceses”). Sus ataques se dirigen contra los inmigrantes, sobre todo contra los musulmanes. Hace unos días, cuando Mohamed Merah, un joven de origen árabe asociado con Al Qaeda, masacró a siete personas en Toulouse, Marine Le Pen dijo lo siguiente: “¿Cuántos Mohamed Merah llegan en botes y aviones cada día a Francia?”. Por ese mismo nacionalismo, la extrema derecha quiere sacar a Francia de la Unión Europea, pretende acabar con el euro y busca apartarse de las reglas de la globalización económica.

Santorum, en cambio, es ante todo un defensor de valores religiosos. Sus ataques están dirigidos contra las políticas de control de la natalidad, contra el aborto y contra los homosexuales, todo lo cual, según él, está justificado en la defensa de la familia y de la comunidad parroquial. Santorum se opone, por ejemplo, a que todos los jóvenes vayan a la universidad (como lo propone Obama) con el argumento de que durante sus estudios muchos de ellos pierden la fe.

Pero no sólo hay diferencias entre estas dos derechas, también hay similitudes: ambas exageran el poder de sus enemigos (todos son terroristas), con lo cual hacen sonar las trompetas de la guerra; ambas desprecian a las élites, a los intelectuales y sobre todo a los expertos (burócratas) que trabajan en Washington y en París, y ambas viven de las glorias pasadas de su país, cuya historia suponen única, admirable e irrepetible.

A todas estas me pregunto lo siguiente: nuestra derecha criolla, ¿a cuál de las dos anteriores se parece? A la gringa, sin duda: es religiosa, patriótica, militarista, alarmista, antiliberal y antielitista, como la de Santorum.

Sin embargo, hay algo en lo cual las tres derechas (la nuestra y las de ellos) se parecen: en el populismo, en exaltar los sentimientos populares más irreflexivos (religiosos, patrióticos, xenófobos, etc.) para llegar al poder y asegurar que las cosas sigan como estaban.

No deja de ser una paradoja que los pobres terminen votando por sus propios verdugos. Una prueba más de que la injusticia no necesariamente genera la rebeldía.

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