Populism and imprisonment in the Americas
Carolina Villadiego Burbano February 27, 2017
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A noxious trend has been embedded in the region for years. It consists in believing that jail is the only way to combat crime and in stigmatizing certain populations as “criminals.”
A noxious trend has been embedded in the region for years. It consists in believing that jail is the only way to combat crime and in stigmatizing certain populations as “criminals.”
As a result, politicians increase sentences and crimes, society demands more jail time, the media say that insecurity is high, prison overcrowding grows and xenophobia spreads. All this without jail showing that it is effective and efficient.
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Una nociva tendencia se incrustó en la región desde hace años. Consiste en creer que la cárcel es la única forma de combatir la criminalidad y en estigmatizar a ciertas poblaciones como “criminales”. Como resultado, los políticos incrementan las penas y los delitos, la sociedad pide más cárcel, los medios de comunicación dicen que la inseguridad es alta, el hacinamiento carcelario aumenta y la xenofobia se extiende. Todo esto sin que la cárcel muestre que es efectiva y eficiente.
Esta región tiene una sobredosis carcelaria. Según los datos de World Prison Brief, las Américas tiene la tasa de encarcelamiento más alta del mundo. Tres países de la región están entre los diez primeros con mayor cantidad de personas encarceladas (Estados Unidos, Brasil y México); tres, están en el top diez de los de mayor tasa de personas encarceladas por cada 100.000 habitantes (Estados Unidos, El Salvador y Cuba); y cinco, entre los diez con mayor hacinamiento (Haití, El Salvador, Guatemala, Venezuela y Bolivia). Y esto se debe, principalmente, a la creación de nuevos delitos, al abuso de la prisión preventiva y a la utilización de la cárcel como único castigo.
Además, el encarcelamiento femenino ha crecido ampliamente en la región, aunque la proporción de mujeres privadas de la libertad sea significativamente menor respecto de la de los hombres. En ciertos delitos como los de drogas, el encarcelamiento femenino es proporcionalmente más alto que en los hombres. Si a esto se suma que las mujeres encarceladas usualmente son cabeza de familia y tienen hijos, los efectos del encarcelamiento femenino tienen efectos significativamente nocivos.
Como si esto fuera poco, la sociedad siente que hay mucha delincuencia y pide más cárcel para combatirla. Según Latinobarómetro, en 2015 más del 60% de la población latinoamericana sentía que no tenía protección contra el delito y que su país era más inseguro cada día. Sin embargo, más del 50% de los encuestados respondió que no fue víctima de ningún delito en el último año, y que tampoco lo fue algún pariente.
Este escenario de desconfianza lo aprovechan los políticos para estigmatizar a ciertas personas como “criminales”. Por ejemplo, hace poco el presidente de Argentina anunció algunas medidas para controlar el ingreso de extranjeros; el vicepresidente de Colombia dijo que el aumento de la inseguridad se debe al ingreso de venezolanos al país; y el presidente de Estados Unidos restringió el ingreso de personas de determinados países árabes. Pero lo cierto es que no hay evidencia que correlacione de manera directa el aumento de la criminalidad con el incremento de los migrantes; de hecho, algunos sostienen que esa correlación no es cierta. En nuestra región, por ejemplo, la proporción de extranjeros encarcelados es habitualmente menor al 6%.
El principal problema que se enfrenta es que no está claro cómo romper esta tendencia tan perversa. Por un lado, porque está arraigada la idea de que la inseguridad crece y que la cárcel es la única forma de castigo. Por otro lado, porque mostrar los “altos” niveles de delincuencia aumenta los ratings de televisión e incrementa el negocio de la seguridad privada. Pero también, porque la invisibilidad de las cárceles genera una gran desconexión con la ciudadanía, y por ejemplo, mientras las personas están dispuestas a reclamar y protestar frente al abuso policial, están menos dispuestas a reclamar y protestar por el uso irracional de la prisión.
Aun así, esta tendencia se debe acabar. Pero, ¿cómo hacerlo? Primero, hay que insistir en hacer visible lo invisible, es decir, en visibilizar las cárceles y los problemas que genera el encarcelamiento desproporcionado. También, hay que exigir que los jueces utilicen las alternativas al encarcelamiento, pedir que los políticos sustenten sus propuestas con evidencia empírica, y disminuir los incentivos perversos que tienen los policías y los fiscales para aumentar las tasas de encarcelamiento. Para que esto sea posible, las alternativas a la cárcel deben ser adecuadamente supervisadas, pues si estas fallan, siempre se solicitará más prisión. En fin, hay que buscarle un quiebre a esta tendencia que se tomó la región.