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A good social theory should not be overly complex nor too simple.

A good social theory should not be overly complex nor too simple.

Si es demasiado compleja, e incluye muchas variables y datos, se vuelve inmanejable, como ocurre en un cuento de Borges con el mapa de un imperio que era tan detallado que tenía el tamaño del imperio. Si la teoría es, en cambio, demasiado simple, se vuelve inútil, como sucede, por ejemplo, con una teoría sobre el crimen llamada positivismo psicológico, que explica el delito como una consecuencia del desorden mental, lo cual deja por fuera a los delincuentes mentalmente sanos, que son la mayoría.

Las teorías demasiado complejas casi nunca alcanzan notoriedad, bien sea porque la gente no las entiende o porque, como digo, se parecen tanto a la realidad que resultan inmanejables. Las teorías demasiado simples, en cambio, cuando se presentan de manera elegante y sugestiva, suelen ganar la atención de los lectores. Eso, claro, no las hace verdaderas.

Digo esto pensando en el debate sobre cómo modernizar a Colombia, lanzado por James Robinson a propósito de las negociaciones que se adelantan en La Habana. En ese debate se enfrentaron, grosso modo, dos teorías sobre Colombia y el posconflicto.

La primera, expuesta por Robinson, sostiene que el problema de Colombia es la debilidad del Estado. Siendo así, las políticas de redistribución de tierras, diseñadas desde La Habana, terminarán alebrestando a las élites regionales (más poderosas que el mismo Estado) y aumentando el conflicto sin resolver el problema. Ante semejante dificultad, Robinson propone cambiar de óptica: olvidar el problema de la tierra y concentrarse en la educación.

La teoría opuesta, defendida por muchos de los críticos de Robinson, sostiene que el conflicto agrario es la raíz de la violencia y de las crisis institucionales en Colombia. Por eso, mientras no se resuelvan los problemas de tenencia de la tierra, no se resuelve nada, menos aún la guerra.

Estas dos explicaciones son ejemplos de teorías demasiado simples. Cada una de ellas selecciona un factor (la debilidad institucional o el conflicto agrario) que parecería explicarlo todo. Lo más probable, sin embargo, es que no sólo ambos factores sean importantes sino que cada uno de ellos dependa, al menos en parte, del otro. Más aún, yo agregaría un tercer factor, cultural esta vez, que también está en la lista de nuestros grandes males. Me refiero a la manera como en Colombia se hace política y se resuelven los conflictos sociales. No sólo hablo de clientelismo y corrupción, sino de esa mezcla tan colombiana (y tan explosiva) entre desconfianza, tolerancia con lo ilegal y trivialización de la violencia.

Una teoría sobre la modernización de Colombia debería explicar la manera como estos tres factores se relacionan. Esa teoría podría decir, por ejemplo, lo siguiente: cuando las instituciones son débiles y las barreras culturales contra la ilegalidad y el uso de la violencia son escasas, los conflictos sociales se exacerban y los actores armados encuentran un ambiente favorable para intervenir, todo lo cual, a su turno, acentúa la debilidad del Estado y la cultura de la ilegalidad.

Una teoría como esta, con tres factores a bordo, es sin duda menos elegante y menos atractiva que una teoría en donde todo se explica por una sola falla. Por eso quizás “vende” menos. Es posible incluso que los tres factores hagan de esta una teoría inmanejable, como el mapa del imperio de Borges. Pero eso no la convierte en una teoría falsa. Por eso creo que tenemos que aprender a construir teorías complejas y manejables a la vez. ¡Qué le vamos a hacer!, no nos tocó un país fácil; ni siquiera para quienes nos dedicamos a tratar de entenderlo.

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