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Last Monday was the 27th anniversary of Héctor Abad Gómez’ murder, who I knew intimately and for whom I felt great admiration and fondness.

Last Monday was the 27th anniversary of Héctor Abad Gómez’ murder, who I knew intimately and for whom I felt great admiration and fondness.

El lunes pasado se cumplieron 27 años del asesinato de Héctor Abad Gómez, a quien conocí de cerca y por quien sentí gran afecto y admiración. Con ese peso en el alma me puse a releer las columnas que Héctor escribió en el periódico El Mundo de Medellín. Vi incluso la última de ellas, aparecida el 27 de agosto de 1987, justo el día en que lo mataron y en la que sale su foto, seguida por un espacio en blanco, mudo y desolador, destinado al escrito que nunca llegó. A pesar de que recordaba bien el contenido de esas columnas, al releerlas quedé impresionado por la fuerza y la actualidad de las ideas que allí se consignaron.

Héctor era médico de profesión y como todo galeno intentaba arrebatarle vidas a la muerte. Pero su estrategia no solo consistía en tratar a cada enfermo por su lado, sino en mirar a la sociedad como si fuera un cuerpo enfermo en donde muchos mueren por causas que pueden ser evitadas. Esas causas, decía Héctor Abad, pueden ser físicas o morales. Entre las causas físicas están, por ejemplo, la pobreza, que mata los niños de gastroenteritis, o la inasistencia del Estado, que deja morir a personas que no reciben vacunas. Héctor dedicó buena parte de su vida a resolver estas causas, promoviendo campañas de salud pública que fueron pioneras a mediados del siglo pasado en Colombia.

Pero más tarde, en los años ochenta, Héctor se concentró en las otras causas de la muerte, las morales, y por ellas, literalmente, dio su vida. Esas causas, decía, son maneras de ver el mundo (ideologías) que vuelven intolerante a la gente y hacen que unos maten a otros. En Colombia, la violencia es una enfermedad más devastadora que la gastroenteritis y por eso hay que verla como un problema epidemiológico. “Los males de mi país —decía— no solo son sus grandes tragedias físicas. Son también sus grandes tragedias morales…; más que higiene corporal, lo que necesitamos es una ‘higiene mental’ que impida que nos matemos”.

Así pues, Héctor Abad pensaba que los dos grandes males de la sociedad colombiana eran la injusticia social y el fanatismo ideológico. ¿Cuándo seremos capaces de educar a la gente para que no mate?, se preguntaba en una de sus columnas. Y respondía esto: “no es matando guerrilleros o policías o soldados como vamos a salvar a Colombia; es matando el hambre, la pobreza, la ignorancia y el fanatismo político e ideológico como se puede mejorar este país”.

Estas son ideas extremadamente simples pero que tienen un gran poder. Más aun, su poder está en la manera escueta, casi medicinal, como fueron formuladas. Quizás ese fue su gran talento: darse cuenta de que cuando una sociedad se enreda tanto con ideas y conflictos, lo mejor es ir a lo fundamental. Y nada más fundamental que la vida y la dignidad humana. Héctor pensaba que si todos aceptamos eso, sin matices ni cortapisas, habremos dado un paso definitivo hacia la construcción de una sociedad decente. Por eso creía que hay que volver al ser humano, dejando de lado todo eso que llamamos cultura o civilización. En su opinión, “no todo está perdido mientras haya hombres y mujeres que sigan trabajando por la humanidad entera y no solo por su país, su secta, su religión o su partido”.
Volver a lo básico, a la vida, no solo nos permite recuperar la sociabilidad, sino también ser felices. “Vivir, simplemente vivir, es por sí mismo, la verdadera felicidad”, dijo en una de sus columnas.

Es increíble que en este país hayan matado a Héctor Abad por pensar cosas como estas.

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