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The recent elections taught us that previous reforms have reduced a major problem we had in the late 1990s: extreme political fragmentation.

The recent elections taught us that previous reforms have reduced a major problem we had in the late 1990s: extreme political fragmentation.

It is normal for most analysts to focus on the impact of last Sunday’s elections on the composition of the Congress and on the presidential campaign, since it is the most immediate and far-reaching effect of the electoral process. But the elections should lead to other discussions, which are also relevant, as they are an experiment that shows the strengths and weaknesses of our electoral system. Thus, they help guide discussions on the necessary reforms if we want a better democracy.  Due to space constraints, I shall focus on a single possible lesson of these elections.

 

Este proceso electoral confirmó que ciertas reformas precedentes han reducido un problema mayor que teníamos a finales de los 90: una extrema fragmentación política, pues había una infinidad de listas y movimientos políticos.

En 1998, por ejemplo, se presentaron al Senado 314 listas, de las cuales 97 obtuvieron una curul. Prácticamente sólo quienes encabezaron las listas fueron elegidos (sólo tres listas tuvieron más de un senador), con lo cual el Senado quedó integrado por 97 agrupaciones políticas distintas. Esto era grave, pues era el colapso de un sistema de partidos mínimamente racional, sin el cual difícilmente funciona bien una democracia. ¿Cómo se puede gobernar con 97 partidos? ¿Cómo saber qué significaban ideológicamente y a quiénes representaban esas 97 listas?

Algunos decían que esa dispersión electoral era parte de nuestra cultura política, que es clientelista e individualista, por lo que no había mucho que hacer sino esperar a que nos volviéramos más civilizados. Pero no era así: algunas pocas reformas, como la introducción del umbral del 3 % para que una lista pueda tener senadores, cambiaron profundamente esa dinámica electoral, pues obligaron a las fuerzas que querían tener senadores a agruparse. O simplemente no superaban el umbral y perdían su esfuerzo. Y la reforma funcionó: en esta elección hubo 16 listas y nueve lograron tener senadores, con lo cual habrá en el Senado sólo nueve fuerzas políticas.

Obviamente falta mucho por hacer pues la reforma que incorporó el umbral mantuvo la posibilidad de listas abiertas o con voto preferente, con lo cual, hasta cierto punto, borró con el codo lo que escribió con la mano. Todos los partidos optaron por el voto preferente, con lo cual la mayor parte de los senadores tuvieron su propia microempresa electoral para hacerse elegir. Esto es malo, pues incrementa los costos de las campañas, hace más difíciles los controles de las autoridades al influjo de dineros indebidos y preserva la dispersión política. En realidad, hoy hay una mayor fragmentación política de lo que daría a entender que sólo haya nueve fuerzas políticas en el Senado, por lo cual es necesario avanzar hacia listas cerradas, acompañadas de mayor democracia interna en los partidos.

Obviamente, estas elecciones evidenciaron muchos otros problemas, como los errores de la Registraduría con los tarjetones electorales, la irrelevancia del Consejo Nacional Electoral, la compra de votos, la fuerte abstención a pesar del incremento de la participación, el alto número de votos anulados, que muestra que muchos ciudadanos no entienden el tarjetón, etc. Pero no debemos caer en el fatalismo: espero que este análisis sobre umbral y lista cerrada muestre que hay reformas electorales que pueden funcionar, si su propósito es claro y están bien diseñadas. Además, muchas de ellas ya fueron propuestas por la Misión Electoral Especial nacida del acuerdo de paz con las Farc, pero fueron ignoradas olímpicamente por el Congreso. Es, pues, una discusión que hay que retomar.

 

Foto: Leonardo Muñoz /EFE

Of interest: Colombia / Congreso / Elecciones 2018

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