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Visiting the San Francisco de Asís hospital in Quibdó is enough to understand why the tax reform is right to include taxes destined to public health.

Visiting the San Francisco de Asís hospital in Quibdó is enough to understand why the tax reform is right to include taxes destined to public health.

Las paredes enmohecidas y las toallas que sirven de cortinas recuerdan que son más las necesidades que los recursos. Y la reciente remodelación de una parte del hospital muestra lo que se podría hacer con fondos adicionales bien administrados.

A eso apuntan dos impuestos que trae la reforma, que son saludables por partida doble: recogen fondos para la salud y reducen enfermedades y costos. El primero es el aumento del gravamen a los cigarrillos, que pasaría de $700 a $2.100 por cajetilla e iría a los hospitales y sistemas de salud departamentales como los de Chocó. La medida simplemente equipara a Colombia con el resto del mundo. Los informes de la Organización Mundial de la Salud (OMS) muestran que Colombia cobra los impuestos más bajos de todos los países de una muestra mundial. Por eso aquí una cajetilla cuesta menos de dos dólares, al paso que en América Latina cuesta en promedio cinco y en el resto del mundo más de seis. Por falta de voluntad política y el lobby de las tabacaleras, los bajos precios alientan el consumo y trasladan a los no fumadores los 4,3 billones de pesos que le cuesta al sistema de salud atender las enfermedades atribuibles al tabaquismo.

El otro es un impuesto nuevo, pero similar al anterior. Consiste en gravar las bebidas azucaradas, desde las gaseosas hasta los jugos y los tés sintéticos. Como el impuesto a los cigarrillos, ha sido recomendado por la OMS como la vía eficaz para reducir el consumo, en este caso de los azúcares responsables parcialmente por la obesidad, la diabetes y otras enfermedades en aumento, que termina pagando el sistema de salud con plata de todos. De hecho, el impuesto propuesto en la reforma ($300 por litro) es menor al nivel mínimo del 20 % del precio de venta sugerido por la OMS.

El paralelo entre cigarrillos y gaseosas va hasta la reacción muy similar de la industria. Como las tabacaleras, los productores de bebidas azucaradas responden con campañas contra los impuestos que tergiversan la evidencia científica. Aquí ya se empezaron a ver tácticas similares, como el aviso de página entera de Fenalco esta semana diciendo que el impuesto no sería el fin de la obesidad, sino “el fin de los ingresos de las tiendas de barrio”.

La verdad es lo opuesto, como escribió la OMS: los consumidores con menos recursos y los jóvenes serían los principales beneficiarios del impuesto, porque son los más sensibles a los cambios de precios, así como a la promoción de sustitutos saludables como agua y frutas. Los otros beneficiarios serían los pacientes apostados en las camillas de pasillos como los del hospital San Francisco de Asís, que precisan con urgencia más recursos.

El déficit no es el único problema de la salud: hay que seguir combatiendo la corrupción, fortaleciendo la política de medicamentos y mejorando la calidad. Pero sin más fondos e impuestos saludables, no hay buenas intenciones que alcancen.

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