Sweet sophisms?
Rodrigo Uprimny Yepes December 10, 2017
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Not adopting a tax on sugary drinks as an initial step for a more comprehensive health strategy is tantamount to saying a few years ago that the seat belt should not be mandatory since the problem of traffic accidents is too complex and requires more comprehensive measures.
Not adopting a tax on sugary drinks as an initial step for a more comprehensive health strategy is tantamount to saying a few years ago that the seat belt should not be mandatory since the problem of traffic accidents is too complex and requires more comprehensive measures.
An argument of those who oppose the adoption of a tax on sugary drinks, which seeks to discourage the excessive consumption of sugar due to its serious health consequences, is that this tax should not be adopted as it would be insufficient in itself; it is then better to think about broader solutions because the problem is very complex.
Algo semejante se ha dicho con las campañas destinadas a prohibir o limitar la publicidad de comida chatarra, en especial aquella dirigida a niños y niñas.
Un ejemplo de esa posición fue la carta enviada hace dos semanas a El Espectador por el director de la Andi, Bruce Mac Master, quien dice que “la solución a la obesidad y sobrepeso no es sólo un problema que pasa por gravar con impuestos a quienes consumen los productos de la industria de bebidas. Es mucho más complejo y multifactorial”. Y que por ello la posición de ese gremio ha sido “la de buscar que el Estado no resuelva la crisis del sector de salud exclusivamente con un impuesto, que ha demostrado ser bastante ineficaz”, sino que abra un amplio debate con todo el mundo y “en el cual la educación sobre hábitos y estilos de vida saludable tome un papel protagónico”.
Esta objeción de Mac Master a primera vista suena, pues a veces es bueno aplazar una reforma puntual frente a un tema complejo, con el fin de lograr una política más integral, en un momento más oportuno. Y es cierto que la obesidad es un problema social complejo y multifactorial, que requiere estrategias integrales. Pero creo que este tipo de respuestas de parte de la industria forma parte de lo que Jeremías Bentham llamó “sofismas dilatorios” en su clásico “Tratado sobre los sofismas políticos”, en donde hace un inventario de ese tipo de falsos argumentos, pero con apariencia de solidez, que son usuales en los debates políticos.
Los sofismas dilatorios son aquellos a los que recurre quien se opone a una reforma, pero se ha quedado sin argumentos para rechazarla y busca entonces aplazar indefinidamente su adopción, con estrategias como las siguientes: diciendo que la reforma es buena, pero que es necesario esperar un mejor momento (sofisma del tiempo oportuno) o que se debe rechazar la medida, pues se piensa proponer una reforma mucho mejor (sofisma de diversiones artificiosas).
Esto sucede con la oposición de la industria a los impuestos a bebidas azucaradas o a la restricción a la propaganda de comida chatarra frente a menores, por la siguiente razón: quienes defendemos este tipo de medidas puntuales sabemos que, aunque por sí mismas son insuficientes y deben ser complementadas con otras, son medidas eficaces que reducen el problema. Por ejemplo, es claro que, conforme a los estudios independientes, las bebidas azucaradas “alimentan” el sobrepeso y la diabetes. Y que el impuesto sobre esas bebidas reduce su consumo, como lo han mostrado las experiencias en México o en Berkeley, citadas por el ministro Gaviria.
Este impuesto es una estrategia eficaz que salva vidas. No adoptarlo inmediatamente, como paso inicial para una estrategia de salud más integral, equivale a haber dicho hace unos años que no debía hacerse obligatorio el cinturón de seguridad, con la disculpa de que el problema de la accidentalidad en tránsito es demasiado complejo y requiere medidas más globales. No podemos aceptar esos sofismas dilatorios, que se presentan como argumentos dulces, pero que tienen consecuencias muy agrias.