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When my children were young, a few years ago, we used to have a conversation called “what did not exist when …. “

When my children were young, a few years ago, we used to have a conversation called “what did not exist when …. “

CUANDO MIS HIJOS ESTABAN PEQUEños, hace unos pocos años, solíamos tener una conversación que llamábamos “qué no había cuando…”.

Ellos empezaban preguntando, por ejemplo, ¿qué no había cuando el abuelo era un niño? Entonces yo les decía que no había muchas cosas, que no existía la televisión, ni las neveras, ni los cd, y que los carros en las calles eran muy escasos. Y ¿qué no había cuando tú eras niño?, me preguntan otra vez, y yo les decía que no había computadores, ni celulares, ni internet, ni impresoras. ¡¿Cómo?!, ¡no puede ser!, se sorprendían ellos… y así pasábamos por la historia de muchas vidas y de muchas cosas. Supongo que cuando mis hijos sean mayores les dirán a mis nietos que cuando ellos eran niños no había ni facebook ni twitter, y me imagino que su sorpresa será igual o mayor que la de mis hijos hoy en día.

Esta conversación (que seguramente muchos de ustedes también han tenido) refleja el formidable impacto que en las últimas décadas ha tenido la tecnología y sobre todo la electrónica en nuestras vidas. A tal punto que pensamos que ya nada es como era antes. Pero no hay tal. La tecnología es, por supuesto, una parte muy importante de nuestras vidas y de nuestro confort, pero no lo es todo. Hay muchas cosas que también son fundamentales para vivir bien y que no parecen progresar. Así, por ejemplo, casi todo lo que sabemos y practicamos hoy sobre la democracia, la ciudadanía o el Estado, ya lo sabían y lo practicaban quienes vivieron hace dos siglos en Europa o en los Estados Unidos. Desde entonces tenemos más o menos las mismas fórmulas para escoger a nuestros gobernantes, para resolver nuestros conflictos y para participar en la escena pública.

Hace dos siglos la situación era muy distinta. Un francés nacido en París en 1790, por ejemplo, les podía hablar a sus hijos de cambios sociales tan extraordinarios (el voto, los derechos, la constitución, etc.) como los cambios tecnológicos que nosotros contrastamos hoy con los nuestros.

El desfase actual entre tecnología y organización social hace que muchos lleven hoy una vida que parece anclada en dos siglos diferentes. En el sur de los Estados Unidos, por ejemplo, la gente está rodeada de lo más sofisticado de los avances tecnológicos, pero muchos de ellos creen que el mundo fue creado por Dios, en ocho días, tal como dice la Biblia en el Génesis. Millones de jóvenes chinos viven conectados a un mundo cibernético, pero la pleitesía que les rinden a sus gobernantes es la misma que sus ancestros les rendían a los suyos hace más de cien años. En el Vaticano no faltan los últimos avances de la informática, pero el Papa se viste y piensa como un monarca del siglo diecisiete.

Pero la brecha entre la tecnología y la organización social puede dar lugar a una tensión insostenible de la cual resulten cambios sociales y hasta revoluciones. Eso es precisamente lo que está pasando hoy en el Medio Oriente con el uso político que los jóvenes le están dando a la internet, a twitter y a facebook. No sabemos todavía qué va a resultar de todo esto. Es posible que los viejos modelos nacionalistas o islamistas terminen imponiéndose, como en el pasado; en cuyo caso la brecha seguirá existiendo. Pero también es posible que surjan regímenes políticos renovados y en sintonía con los avances tecnológicos.

Si esto último se logra, el día de mañana los jóvenes de hoy podrán contarles a sus hijos y a sus nietos que cuando ellos eran niños, en sus países no había ni democracia ni twitter, con lo cual ellos quedarán sorprendidos. Ojalá sea así.

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