The Banality of Evil
Mauricio García Villegas February 5, 2016
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In a recent interview, Timochenko attempts to change the FARC’s image as a cruel and soulless group.
In a recent interview, Timochenko attempts to change the FARC’s image as a cruel and soulless group.
Hemos cometido errores, dice, pero eso se explica por las realidades de la guerra. No somos esos monstruos que los medios de comunicación dicen. Cuando venga la paz, nuestra actitud será otra: “jugaremos con las reglas de juego que tiene el régimen” y lucharemos para que “se produzcan unas mínimas transformaciones para que nos dejemos de matar”.
Hay buenas razones para dudar de lo dicho por Timochenko. Las Farc no solo han sido crueles e inhumanas, sino que siempre han usado la mentira como una de sus herramienta políticas. Incluso si uno retira la dosis de exageración que los medios han difundido sobre la maldad de las Farc, lo que queda todavía conserva la monstruosidad de los actos.
No obstante, creo que en esta ocasión hay que creerle a Timochenko. No solo lo digo porque las Farc han demostrado que quieren dejar las armas, hacer política y someterse a las reglas “del régimen”, sino por una razón más sicológica y de fondo que Hannah Arendt denominaba “la banalidad del mal”. Me explico.
Hannah Arendt, quizá la pensadora judía más importante del siglo XX, fue enviada a Israel en 1961 como corresponsal de la revista New Yorker para cubrir el juicio por genocidio contra el oficial nazi Adolf Eichmann. En sus informes, Arendt se dedicó a estudiar la sicología del acusado. Allí concluyó que Eichmann, más que el monstruo, o el “pozo de maldad” que la prensa retrataba, era un burócrata miserable que recibía órdenes superiores. La mayoría de los individuos, dice Arendt, actúan dentro de las reglas que imperan en su entorno, incluso cuando esas reglas los llevan a cometer actos de barbarie. Nada de esto disculpa sus actos, claro está, pero sí desbarata la imagen popular de que estas personas son crueles por naturaleza o tienen una propensión particular al mal. De otra parte, desde los famosos experimentos de Stanley Milgram (1963) se sabe que un porcentaje importante de gente ordinaria puede, bajo ciertas circunstancias, llegar a cometer actos inhumanos. Pero de eso hablaré en otra ocasión.
Estas palabras de Arendt me recuerdan a Oscar Wilde cuando dice que “echarle la culpa del desastre del mundo a los malvados es subestimar a los imbéciles”; no solo a los imbéciles, agregaría yo, también a los vivos, a los mezquinos, a los indolentes, etc. ¿Recuerdan ustedes a esos soldaditos gringos del Midwest, que en sus pueblos de origen no mataban ni una mosca, pero que cuando fueron a Irak, en la prisión de Abu Ghraib, torturaban y humillaban a los prisioneros con una sevicia y una perversión de verdugos profesionales? Más que unos torturadores, esos pelaos eran unos idiotas. Lo cual no quita que se les castigue por ambas cosas.
Vuelvo a lo de Timochenko. No hay duda de que las Farc han sido una organización monstruosa. Pero esa maldad se explica menos por las mentes perversas de sus dirigentes que por las causas de la guerra (son muchas) y por la ideología seudo-religiosa que profesan sus dirigentes. Por eso hay razones para esperar que con las Farc ocurra algo similar (quizá no tanto) a lo que pasó con el M-19: que muchos de sus miembros se conviertan en fieles defensores de la democracia.
Siendo así, es probable que en un contexto de paz, una buena parte de los guerrilleros se conviertan en personas apacibles, trabajadoras, o incluso en buenos líderes sociales y políticos.
Estoy muy lejos de adherir al relativismo moral, pero, sociológicamente hablando, creo que no hay tanta gente “mala por naturaleza” como se cree; ni tampoco tanta gente “buena por naturaleza”, como también se cree.