The Cigarras
Nina Chaparro November 17, 2015
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The peace process treats gendered violence in a differentiated manner because it has been invisibilized like no other offense.
The peace process treats gendered violence in a differentiated manner because it has been invisibilized like no other offense.
“Tantas veces me mataron, tantas veces me morí, sin embargo estoy aquí, resucitando”. Es la primera frase de una hermosa canción que solo tuvo sentido para mí cuando María Eugenia Ramírez, una feminista ferviente, la puso a sonar antes de empezar la reunión en el Ministerio del Interior sobre programas de protección a mujeres. Estaba haciendo un homenaje a Angélica Bello, una lideresa que días atrás se había supuestamente suicidado.
Angélica había sido desplazada en varias ocasiones, violada por dos hombres por hacer reclamos al gobierno, y sus hijas esclavizadas sexualmente por el paramilitar Martín Llanos. Pero ella siguió ahí, nunca calló, denunció públicamente, fundó una organización y promovió la protección a víctimas de violencia sexual y de desplazamiento forzado.
La siguiente frase de la canción era aún más punzante: “Gracias doy a la desgracia y a la mano con puñal porque me mató tan mal… y seguí cantando.” El auditorio estaba conmovido porque en su mayoría eran mujeres víctimas de violencia sexual que a pesar de la guerra y las desgracias, seguían ahí, cantando.
En todos estos años que he trabajado con personas víctimas de esta guerra colombiana, en su mayoría mujeres, hay un sentimiento dentro de mí que no ha cambiado. Es esa sorpresa ante la insospechada fortaleza que tienen los seres humanos para sobrellevar la desgracia, fuerza interna que llaman resiliencia. Este concepto antes usado en la física para describir la aptitud de un material de resistir, ser flexible y volver a su estado original, hoy es aplicado por los psicólogos para describir la capacidad de las personas de, a pesar de las tragedias, ficha a ficha rearmar la vida y continuar haciendo esas pequeñas cosas de la rutina, como levantarse de la cama, tomar una ducha y servirse un café sin falta cada mañana.
Las víctimas sobrevivientes de violencia sexual son el ejemplo propio de la resiliencia. Están dispuestas a levantarse cada mañana y a construir desde las regiones la anhelada paz. Falta que el gobierno dé de su parte y les cuente cómo va a tratar a este delito en el proceso de paz. Ojalá tenga en cuenta que la violencia sexual, aunque igual de grave a otros delitos, es distinta por al menos tres razones: primero, es un tipo de violencia que se comete mayoritariamente contra las mujeres por el hecho de ser mujeres. Segundo, ha sido invisible porque, entre otros motivos, no hay otro delito de esa sistematicidad donde por cuestiones culturales a las víctimas les dé tanta vergüenza y culpa denunciar -Angélica fue la excepción-. Allí el Estado no ha hecho lo suficiente para romper con ese silencio y, al contrario, en ocasiones hasta ha reproducido prácticas machistas donde o no investiga, o no tiene en cuenta el relato o culpa a la misma víctima de la violación. Y tercero, ser invisible ha desencadenado en los altos índices de subregistro e impunidad que hoy tenemos.
Por supuesto no es posible medir el dolor de los crímenes, no existe una jerarquía que nos diga cuál es peor o menos peor. La tortura, la violación sexual, la desaparición o el desplazamiento pueden ser igual de insoportables. Pero en la violencia sexual estas tres características justifican un trato diferenciado en cuestiones de responsabilidad y memoria que se dirija a romper con el silencio histórico y acabar con la impunidad. Ojalá el gobierno tenga en cuenta la voz de estas sobrevivientes que seguirán denunciando, y pidiendo justicia y verdad, aunque se las haya enterrado por años “bajo la tierra”.