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On the occasion of the slaughter that occurred last week at a casino in the city of Monterrey (52 people died), the media and public opinion have referred again to the “Colombianization of Mexico.”

On the occasion of the slaughter that occurred last week at a casino in the city of Monterrey (52 people died), the media and public opinion have referred again to the “Colombianization of Mexico.”

Con ocasión de la masacre ocurrida la semana pasada en un casino ubicado en la ciudad de Monterrey (murieron 52 personas), los medios de comunicación y la opinión pública han vuelto a hablar de la “colombianización de México”.

¿Qué tan acertada es esta semejanza? Estoy seguro de que la comparación entre ambos países es interesante, que la crueldad del cartel de Los Zetas se parece a la que tenía el cartel de Medellín a mediados de los ochenta y que son muchas las lecciones que México puede sacar de la experiencia colombiana (y viceversa). Sin embargo, la semejanza me parece algo simplista.

En primer lugar, el negocio y sus protagonistas son distintos en ambos países. En Colombia los narcos son productores de droga, para lo cual necesitan controlar amplias porciones de territorio rural. En México, en cambio, están dedicados al contrabando y para ello operan en los centros urbanos cercanos a la frontera con los Estados Unidos.

En segundo lugar, en Colombia el negocio de la droga ilícita está incrustado en un conflicto armado que tiene casi cincuenta años de existencia y en el cual el narcotráfico participa de una manera, digamos, doblemente ambigua. Por un lado, es aliado de la guerrilla en la cadena productiva de la cocaína, pero al mismo tiempo combate a la subversión a través de los grupos paramilitares; por otro lado, defiende al Estado en su lucha antiguerrillera, pero es su gran enemigo en materia de corrupción y mercado de drogas ilegales. Ninguna de estas complejidades (y dificultades) existe en México.

En tercer lugar, el Estado colombiano tiene una incapacidad histórica para controlar su periferia. Aquí los narcos entran y salen del territorio nacional casi a su antojo. El Estado mejicano, en cambio, controla mejor su territorio y ello debido a fenómenos históricos que nunca han ocurrido en Colombia, como la revolución, la reforma agraria, el ferrocarril y la guerra con los Estados Unidos.

En cuarto lugar, la relación de los narcos con la política es diferente: en México, si bien los traficantes ilegales han estado vinculados a la política desde hace mucho tiempo, su papel en esta alianza siempre estuvo subordinada al PRI y a sus líderes (esto cambió con el destrone del PRI en el año 2000 y muchos esperan que éste partido regrese al poder para restablecer las cosas como estaban). En Colombia, en cambio, los políticos nunca han podido disciplinar a los narcos (ni viceversa).

Con estas diferencias, lo que está sucediendo en México no se describe bien diciendo que se trata de una proceso de colombianización.

Hay sin embargo, como dije al inicio, elementos comunes entre lo que pasa en México y lo que pasa en Colombia: una violencia macabra, una corrupción política incontrolable, el deterioro de la cohesión social, la captura del Estado y el debilitamiento institucional. Más aún, hay algo que amarra fatalmente a Colombia y a México y que es el origen de toda esta tragedia absurda; me refiero a la política de criminalización del consumo de ciertas drogas (según una clasificación caprichosa), concebida e implementada hace cuarenta años en los Estados Unidos e impuesta desde entonces a todo el mundo bajo la apariencia de un consenso planetario.

Así pues, México no se está convirtiendo en una copia de Colombia (al menos por ahora). Lo que sí es cierto es que la política criminal de México y de Colombia son unas copias de la política criminal de los Estados Unidos. Nada de eso estaría mal si esa política no fuera un fracaso.

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