The devil doing wafers
Mauricio García Villegas May 28, 2010
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A GOOD way to end with a reasonable rule is to require its compliance relentlessly, even in the most absurd situations.
A GOOD way to end with a reasonable rule is to require its compliance relentlessly, even in the most absurd situations.
UNA BUENA MANERA DE ACABAR CON una norma razonable es exigir que se cumpla de manera implacable, incluso en las situaciones más absurdas.
Esto pasa, por ejemplo, cuando un policía detiene a una señora que lleva un coche con su bebé a bordo, en un parque donde hay un letrero que dice “prohibida la entrada de vehículos”. El coche puede ser un vehículo, pero prohibir el paseo de la señora con su hijo es un sinsentido.
Algo de esto sucedió la semana pasada cuando los candidatos a la presidencia Mockus y Santos intentaban llegar a un debate televisado en medio de una ciudad colapsada por el tráfico. Las cámaras estaban listas, millones de televidentes esperaban, pero los protagonistas no aparecían. Entonces, cada uno por su lado, tomó la decisión de montarse en la moto de uno de sus escoltas y así, culebreando entre los carros del trancón, llegaron al debate.
Cuando esta semana le preguntaron a Santos sobre lo acontecido aquella noche, dijo compungido que había cometido un delito al haberse montado en una moto sin casco y sin chaleco, que por eso pedía perdón a la ciudadanía y que iba a pagar la multa voluntariamente. Pero, eso sí, agregó Santos, mi colega Antanas Mockus cometió un delito aún peor que el mío, porque usó el casco y el chaleco de su escolta, que son prendas privativas de la Policía.
Uno entiende que Santos quiera utilizar la ocasión para decir que Mockus no tiene autoridad para hablar de legalidad democrática. Pero eso no es más que es un falso puritanismo normativo. Ninguna persona razonable pensaría que lo que hicieron Mockus y Santos esa noche configura un delito y que por eso deben ser juzgados y castigados.
El problema de la ilegalidad que hoy tiene contra la pared al candidato Santos y al uribismo no es el del incumplimiento de la ley en situaciones extremas, como las que vivieron Santos y Mockus la noche del debate. El problema es que los uribistas —no sólo ellos, claro, pero al fin y al cabo son ellos los que gobiernan— creen que siempre están en una situación extrema y que eso los autoriza para no tener que obedecer y para hacer trampa. Ese tipo de razonamiento, que subordina los medios a los fines, es el que tiene tambaleando al uribismo en esta campaña. Por eso, cuando Santos, que es el candidato del Gobierno, acusa a Mockus de haber cometido un delito por haberse puesto un chaleco de la Policía, es difícil dejar de ver en ello uno de esos homenajes que el vicio le rinde a la virtud, que es como La Rochefoucauld define la hipocresía.
Por lo menos la mitad de los colombianos se opone hoy a esa tradición nacional de acomodar la ley a las conveniencias personales. Eso es lo que muestra esta campaña. Pero defender la legalidad no significa proponer que los ciudadanos se conviertan en santos o en héroes. No hay que pasar de una sociedad anárquica, en donde cada cual hace lo que se le antoja, a una sociedad autoritaria en donde a la gente la meten a la cárcel por pendejadas. Ni siquiera en el mundo de la moral las normas pueden ser aplicadas de manera implacable: nadie debe decir mentiras, pero alguien que nunca miente, ni siquiera por piedad, puede ser una persona socialmente insoportable.
Así, pues, no necesitamos que el diablo haga hostias, mucho menos que les exija a los demás que hagan hostias, lo que necesitamos es que se comporte como un ciudadano.