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Last year I wrote a column in which I told Victor’s story, a young man from Aguadas (Caldas) whom I know since he was a little boy.

Last year I wrote a column in which I told Victor’s story, a young man from Aguadas (Caldas) whom I know since he was a little boy.

Víctor quería estudiar medicina en la Universidad de Antioquia y estaba confiado en ello, pues siempre fue el mejor estudiante de su colegio. Sin embargo, a pesar de eso, no pasó y ahora presta servicio militar en la Policía de Medellín.

Digo todo esto pensando en las 10.000 becas del programa “Ser pilo paga”. Víctor no habría obtenido una de esas becas. Él, como muchos otros buenos estudiantes pobres, o campesinos, que estudian en colegios públicos de baja calidad, tiene el futuro bloqueado. Para ascender socialmente enfrentan dos obstáculos escalonados: la deficiente educación que reciben y (si superan esto) la falta de plata para pagar el ingreso a las mejores universidades. Decía yo que esta es una fatalidad vergonzosa: mientras los hijos de los ricos van a estudiar a las mejores universidades del país, los hijos de los pobres, o los marginados, van a pagar servicio militar para sacar la libreta y poder conseguir trabajo. Por estas dos puertas (el diploma y la libreta) se reproduce la sociedad desigual que tenemos.

Con esto no quiero desconocer las bondades que tienen las becas para los más pilos. Al contrario, es una maravilla que los pocos estudiantes de bajos recursos que logran puntajes altos en las pruebas Saber 11 terminen estudiando en las mejores universidades. Sin embargo, también es importante tener en cuenta sus limitaciones. La primera de ellas es que ese programa sólo afecta, como ya lo dije, a un grupo muy pequeño de alumnos excepcionales. Las becas remueven el segundo de los obstáculos que mencioné (el del costo de la matrícula), y sólo lo hacen para algunos de los pocos que logran superar el primero obstáculo (el de la baja calidad del colegio).

De otra parte, las becas están financiadas con recursos públicos que van a parar a las universidades privadas. Dado que en Colombia hay un déficit de cobertura del 55%, es legítimo preguntarse si no es mejor invertir esos recursos en la ampliación de la universidad pública. Si uno piensa en términos de recursos escasos (las universidades públicas sólo reciben el 0,39 del PIB), donde lo que se invierte en un programa se le quita a otro, hay buenas razones para poner en tela de juicio este programa de becas.

No obstante, yo quisiera que el programa de becas se mantuviera, al menos por ahora, y que otros muchos de esos estudiantes brillantes fueran premiados como se merecen. Pero repito, esto no soluciona el problema de la discriminación que sufren los pobres no sobresalientes de colegios públicos deficientes.

Por eso propongo no seguir pensando en términos de recursos escasos, sino en un gran pacto social y político que ponga la educación en el centro de las preocupaciones públicas. Lo que digo no es una propuesta de columnista irresponsable. Colombia tiene un atraso considerable en educación. Es verdad que se ha hecho un esfuerzo importante en educación básica, pero falta muchísimo. De otra parte, ¿cuánto hace que el Estado no construye un gran campus universitario? Las grandes universidades públicas de calidad que tiene el país se hicieron hace un siglo o más.

Así pues, de lo que hablo es de un plan a largo plazo que haga de la educación pública la mejor del país. Cuando eso ocurra, los jóvenes como Víctor podrán soñar con lo que quieren hacer, y el Estado no tendrá que dar becas a los pobres brillantes para aliviar su culpa de no tener dónde educarlos.

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