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DURING THESE DAYS of winter tragedy I wonder why we Colombians give so little importance to environmental issues and why in this country the ideas of the Green parties do not thrive.

DURING THESE DAYS of winter tragedy I wonder why we Colombians give so little importance to environmental issues and why in this country the ideas of the Green parties do not thrive.

POR ESTOS DÍAS DE TRAGEDIA INVERnal me pregunto por qué los colombianos le damos tan poca importancia al tema del medio ambiente y por qué en este país no prosperan las ideas de los partidos verdes.

Claro, cuando llueve en exceso, como sucede hoy en Colombia (y desde hace un año), nos preocupa la naturaleza, pero cuando escampa, seguimos talando, construyendo y contaminando, como si las inundaciones fueran el producto del mismo azar con el que vemos que se mueven las nubes en el cielo. (Nada de extraño tiene entonces que el presidente invoque la clemencia de Dios en este asunto).

Una explicación simple de nuestro desdén por el medio ambiente se encuentra en lo dicho por Ronald Inglehart sobre creencias y valores alrededor del mundo (world value survey). A medida que los países se desarrollan, dice Inglehart, las preocupaciones por la seguridad física y económica dejan de ser la prioridad y son reemplazadas por otras cosas, como la autorrealización personal, la participación o la defensa del medio ambiente. Dicho en otros términos, el desarrollo implica un abandono relativo de los valores materialistas (empleo, seguridad, salario, etc.) en beneficio de valores posmaterialistas (libre desarrollo de la personalidad, cultura, defensa de la naturaleza, etc.).

Estas ideas, bastante obvias por lo demás, pueden explicar mucho de nuestra apatía por el tema del medio ambiente: como somos un país pobre, la defensa de la naturaleza nos parece una sofisticación; un lujo que no nos podemos permitir.

Pero claro, nuestro error está en pensar que la preocupación por los temas ambientales es una sofisticación; un asunto de ricos que tienen resuelto el tema de la supervivencia material. Es tal vez lo contrario; lo que muestra la tragedia invernal actual es que son los pobres y los que menos tienen, los que más pierden con las inundaciones y los derrumbes. Las catástrofes ocurren en todas partes, pero sus consecuencias son más graves cuando suceden en sitios dominados por la pobreza (¿Qué sería de nosotros si el tsunami de hace dos meses no hubiese pasado en Sendai, Japón, sino, digamos, en Santa Marta, Colombia?).

Así pues, para volver a Inglehart, en el caso del medio ambiente la división entre los valores materiales y los inmateriales se derrumba (como las montañas en el invierno): la defensa de la naturaleza es un bien tan material como la lucha por el salario. Lo que pasa es que en los países subdesarrollados las zozobras de la vida cotidiana no dejan tiempo para pensar en los riesgos que son de largo plazo, como el medio ambiente.

Está bien que los ciudadanos no hagamos la relación entre naturaleza y condiciones materiales de existencia, lo que es imperdonable es que los gobiernos, que tienen la obligación de mirar el mediano y el largo plazo, tampoco lo hagan. En un país como Colombia, con una naturaleza tan escarpada, diversa, frágil y valiosa como la que tenemos, el Ministerio del Medio Ambiente debería ser tan importante como el Ministerio de Hacienda (no lo es; más bien parece una oficina del Ministerio de Minas).

Pero más que todo esto, lo que me causa mayor sorpresa es que el Partido Verde, que es el vocero natural de estos temas, que tiene líderes estudiosos, que además han vivido en otros países y que por eso aprecian mejor las conexiones entre los valores materiales y los inmateriales, no sea el protagonista de los debates actuales sobre la crisis invernal.

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