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“We are a same-sex couple of two men in the city of Medellín and through this statement we make a public complaint and express our outrage for the homophobia and physical aggression to which we were victim in one of the businesses in Parque Lleras.” This is how Felipe Cárdenas’ denouncement began in his Facebook status last week.

“We are a same-sex couple of two men in the city of Medellín and through this statement we make a public complaint and express our outrage for the homophobia and physical aggression to which we were victim in one of the businesses in Parque Lleras.” This is how Felipe Cárdenas’ denouncement began in his Facebook status last week.

La noche del viernes 2 de octubre, hacia las 3 de la mañana, Felipe y su novio se besaron en el bar Office Liquor. Al parecer, el administrador les pidió que se retiraran del lugar mientras les decía: “este no es un bar de locas”. La pareja inició una discusión con los empleados sobre la arbitrariedad de este hecho. Según el relato de Felipe: “A una cuadra y media, inmediatamente luego de salir del establecimiento nos abordaron unos sujetos por la parte de atrás, arrojándonos al piso y empezándonos a dar puntapiés en la cara y el cuerpo”. Una testigo afirma que empleados del lugar participaron en la golpiza. El establecimiento acusado lamentó la violencia que sufrió la pareja, pero niega que sus empleados hicieran parte de este hecho y que los hubieran discriminado al interior del bar. Esta situación está siendo investigada por la Fiscalía y esperemos que pronto sancionen a los responsables.

Las biografías de gays, lesbianas, bisexuales y personas trans (LGBT) están llenas de historias de insultos y miradas inquisitoriales cuando uno decide vivir su sexualidad de forma abierta en las ciudades. Recuerdo que cuando estudiaba en Bucaramanga un amigo fue agredido por tres hombres en una ataque homofóbico en el barrio San Alonso. También recuerdo que hace un par de años tomé un bus por la carrera 13 hacia las 3 de la mañana de un domingo y una pareja gay fue sacada del vehículo por un grupo de jóvenes mientras les gritaban: “son unos maricones”. Otra situación que genera inseguridad y agresiones se presenta cuando uno se toma de la mano con su novio o se da un beso. Por ejemplo, el año pasado, cuando iba con mi exnovio de la mano en Bucaramanga, nos gritaron “roscones”; y en Cartagena, mientras caminábamos por la ciudad antigua, un joven muy educadamente nos dijo: “no sean tan descarados”.

Las ciudades son fundamentales para la comunidad LGBT. Como lo han mostrado los trabajos recientes de historiadores y sociólogos, la vida LGBT ha crecido paralelamente a las grandes ciudades contemporáneas. En 1969, Carl Wittman escribió un bello manifiesto sobre esta relación entre desplazamiento y discriminación, que decía: “San Francisco es un campo de refugiados para homosexuales. Hemos huido de todos los rincones de la nación”. La ciudad hace posible el anonimato y, por tanto, permite la libertad. Además, la soledad de la ciudad permite encuentros inesperados y maravillosos. En las ciudades pequeñas y zonas rurales reina el dicho: pueblo chico, infierno grande. Pero, en la ciudad, las posibilidades de socializar que están marcadas por el encuentro de espíritus curiosos de distintas clases, ideologías y lugares de origen. Por eso, buscamos una ciudad, ojalá cada vez más grande, liberal y diversa.

La experiencia de vida de las personas LGBT está marcada por una mitología del viaje y el exilio, como lo explica muy bien el sociólogo Didier Eribon. Nos movemos a las ciudades para encontrar el amor, el sexo, para crear una nueva familia, para fortalecer nuestros lazos de amistad con nuestros semejantes, para acumular la fuerza para vivir tranquilamente y entender la opresión. Así se han construido los territorios libres para las personas LGBT: Nueva York, San Francisco, Londres, París, Ámsterdam, Berlín y, más recientemente, Ciudad de México y Buenos Aires.

Estas ciudades no siempre fueron las mecas de la diversidad sexual. Cada una tiene historias de exclusión, violencia, amistad y solidaridad. Fueron los habitantes de estas ciudades quienes construyeron ese tejido social que permite vivir sin ser juzgado. En la ciudades colombianas todavía hacemos cálculos sobre dónde besarnos, dónde tomarnos de la mano y por dónde caminar para evitar la violencia y la discriminación. No queremos seguir andando por el mundo hasta encontrar un territorio libre. Todo lo contrario, debemos hacer de nuestras ciudades lugares para la convivencia. Por eso, frente al grito “esta no es una ciudad de locas”, deberíamos contestar como lo hicieron Juan David y Felipe: denunciar con dignidad y construir ciudades libres de discriminación.

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