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Judicial reform is of little use as long as there are no profound changes in judicial habits and, more specifically, in the moral integrity of magistrates.

Judicial reform is of little use as long as there are no profound changes in judicial habits and, more specifically, in the moral integrity of magistrates.

Alexis de Tocqueville said that the fate of countries depended on three things: the circumstances (physical and historical), customs and laws. For Tocqueville, customs (moeurs, in French) were “habits of the heart,” something like the moral integrity with which the social world is approached. This is what today, in the social sciences, we call culture, or cultural dimension. Of these three conditions, the most important is, according to Tocqueville, the custom (culture), because it shapes society more firmly than circumstances or laws.

 

Muchos estudios recientes han corroborado esta idea, con la salvedad de que hablan de un cuarto elemento, que es la igualdad relativa entre las personas, que Tocqueville tal vez desestimó por tener en mente a Francia y Estados Unidos, dos países en donde la igualdad iba en claro aumento.

Siendo así, un país tiene que poner todo su empeño en incidir en las costumbres, a través de estrategias como la educación, el fomento del espíritu cívico y la cultura ciudadana. Esto no significa que el derecho sea irrelevante, de ninguna manera, sino que las normas jurídicas son poco efectivas cuando no están acompañadas de cambios en las costumbres.

Digo todo esto pensando en el escándalo de la Corte Suprema de Justicia y en la reciente captura del exmagistrado Francisco Ricaurte. La primera reacción ha sido exigir una reforma a la justicia. Yo mismo dije algo de eso en mi columna de la semana pasada. Y no hay duda de que esa reforma, tantas veces frustrada por los mismos magistrados, se necesita. Pero, pensando en la receta de Tocqueville, esa reforma legal no sirve de mucho mientras no haya cambios profundos en las costumbres judiciales y, más concretamente, en el talante moral de los magistrados.

¿Cómo lograr eso? Hay que empezar por los abogados, que son la base profesional de la justicia. Lo primero es introducir dos tipos de control en la profesión jurídica: un examen de Estado riguroso, para igualar su formación antes de que empiecen a trabajar, y una colegiatura obligatoria que los organice y discipline. Estas dos medidas existen en todas las democracias consolidadas. Lo segundo es conseguir una mejoría sustancial en la ética profesional, en la formación jurídica y en la calidad de los profesores. Algunos decanos, conscientes de ello, dieron esta semana un paso en este sentido y publicaron un comunicado en el que reconocen su “responsabilidad académica, ética y política en la formación de los y las abogadas”, y se comprometen “en la reconstrucción de una justicia digna, accesible y transparente en Colombia”. Esta es una iniciativa muy importante, porque el mal funcionamiento de la justicia tiene mucha relación con los males de la profesión jurídica, que empiezan por la mala calidad de la gran mayoría de las facultades de derecho.

En Colombia hemos utilizado la receta opuesta a la que recomienda Tocqueville. En lugar de darle importancia a la cultura (al talante moral de los abogados, en este caso), solamente pensamos en reformas jurídicas. Repito, no es que haya que abandonar el derecho; es que hay que acompañarlo de cambios culturales. La combinación de, por un lado, mejoría en el talante moral de los abogados y, por el otro, controles efectivos para los corruptos, produce un círculo virtuoso que ayuda a consolidar el cambio.

Esto es particularmente cierto cuando se trata de cambiar el derecho y sus prácticas judiciales. Es un asunto de sentido común: cuando la vida del derecho está en crisis, tal vez no hay que pensar tanto en resolver el asunto con una reforma jurídica, sino más bien con una reforma cultural o, mejor aún, con ambas cosas.

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