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Some three weeks ago I wrote about the confusions that exists in many universities in Colombia (starting with the Catholic ones) between politics, religion, and academia.

Some three weeks ago I wrote about the confusions that exists in many universities in Colombia (starting with the Catholic ones) between politics, religion, and academia.

Decía yo que cuando la militancia política, la religión y la ciencia social se mezclan, no solo sale perdiendo la ciencia, sino también la comunidad universitaria, que termina dividida y polarizada.

He recibido cometarios críticos de colegas y estudiantes. Entre ellos destaco el de Sebastián Espinosa (Palabras al Margen, febrero 28). Allí creo distinguir tres ideas: 1) es un “error fundamental”, dice Espinosa, pensar que la sociedad se encuentra dividida en ámbitos (política, religiones, etc.) que no se intersectan, 2) la objetividad en el conocimiento no existe y quienes pretenden lo contrario solo intentan defender posiciones dominantes, y 3) la confusión entre militancia política, religión y reflexión académica es conveniente, pues de ella pueden surgir nuevos modelos de sociedad.

Antes de responder quiero agradecer a Sebastián Espinosa por su comentario y decir que este debate es muy importante y que la universidad pública (la confesional también) debería propiciar una discusión más amplia al respecto.

Dicho esto, tiendo a estar de acuerdo con el primer punto de Espinosa. La sociedad no está dividida en ámbitos separados y el conocimiento académico, por ende, tampoco debería estarlo. Todas las disciplinas son porosas y están interconectadas entre sí. Un vicio académico muy frecuente entre nosotros es el de cerrar las fronteras disciplinarias, bajo el supuesto de que cada una de ellas (la sociología, el derecho, la ciencia política, etc.) tienen una verdad propia e intransferible.

Con respecto a los otros dos puntos tengo diferencias. Hay mucho por debatir al respecto, pero por falta de espacio solo me quiero concentrar en lo siguiente. Espinosa sugiere eliminar las fronteras disciplinarias de tal manera que todo haga parte de un mismo saber indiferenciado. Lo que cuenta, en su visión, es la interpretación política y subjetiva de la realidad social. Esta postura, frecuente en ciertos círculos intelectuales de la izquierda latinoamericana (digo ciertos, no todos) muy influenciados por una especie de combinación entre marxismo y posmodernismo, tiene un fuerte apego por los debates teóricos e ideológicos y un menosprecio por los datos crudos y los métodos cuantitativos.

Pero hay otras formas de hacer teoría crítica. Para mi gusto, lo mejor que se escribe hoy desde el marxismo, no solo en Europa, sino también en los Estados Unidos y en América Latina, supone que el saber es objetivo (con limitaciones), que es bueno apoyarse en datos empíricos para respaldar lo que se dice y que hay que respetar (también con límites) la separación entre los juicios de valor (religión, ideología, etc.) y la ciencia.

Ahora bien, mi argumento no conduce a descalificar toda reflexión teórica que no esté acompañada de datos empíricos. Desde luego que no. Hay intelectuales de izquierda en la Universidad Nacional, como Leopoldo Múnera, por ejemplo, que hacen investigación teórica seria y rigurosa.

Tal vez lo que quiero decir es que los argumentos de algunos académicos de izquierda en nuestras universidades públicas ganarían mucha potencia crítica si sus escritos estuvieran respaldados con investigaciones empíricas y métodos cuantitativos. Lo digo en otros términos, los datos empíricos son demasiado importantes para dejarlos en manos, como suele suceder hoy en día en Colombia, de los académicos de derecha, los cuales, con mucha frecuencia, hacen un uso amañado de ellos.

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