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The ambiguities and contradictions of Uribism on peace. It is both paradoxical can tragic: the most popular and politicized topic in this election, peace, is at the same time the one that is less discussed.

The ambiguities and contradictions of Uribism on peace. It is both paradoxical can tragic: the most popular and politicized topic in this election, peace, is at the same time the one that is less discussed.

Es paradójico y a la vez trágico: el tema más taquillero y politizado de estas elecciones, la paz, es al mismo tiempo el tema menos discutido. Estamos a pocos días de la segunda vuelta y el país se merece una discusión transparente y sin ambigüedades sobre las dos propuestas de los candidatos s
obre la paz.

La propuesta de Santos está sobre la mesa. Hay objeciones, claro, pero al menos su modelo de paz está ahí, a disposición de los votantes. El uribismo, por el contrario, ha sido ambigüo y contradictorio.

Primero, ha sido ambigüo con respecto a cómo terminar el conflicto. ¿Zuluaga optaría por la salida militar o la salida política? “Este proceso hay que acabarlo ahora mismo”, “lo suspenderé”, “lo continuaré”, “continuaré pero no negociaré”. ¿Al fin qué? Zuluaga ha hecho referencia a ciertas condiciones para continuar los diálogos, pero algunas de ellas—como el cese unilateral de las acciones—son tan exigentes con el proceso que desde un comienzo lo condenan al fracaso. Yo negocio si se rinden, dice, y guarda silencio ante las preguntas clave: si las FARC cesan unilateralmente sus acciones, ¿el Ejército dejaría de atacarlas (como en el Caguán)? Si el Ejército sigue atacando, ¿podrían las FARC responder? Y si en ese caso responden, ¿acaba el proceso? ¿Será Zuluaga flexible con el cese al fuego de las FARC, como lo fue Uribe con el cese al fuego de los paramilitares?

Pero no solo eso. El uribismo ha sido además contradictorio, porque predica pero no aplica. Me explico.

Zuluaga se ha referido constantemente al modelo actual como paz con impunidad. Ha criticado el Marco Jurídico para la Paz porque permite que algunos delitos (distintos a los crímenes atroces) no sean investigados, juzgados y sancionados y, además, permite que se establezcan penas alternativas para todos los delitos. Ante el Marco, el uribismo entona el mantra: “paz sí, pero no con impunidad”. “Al menos seis años de cárcel para los líderes de las FARC”, dice Zuluaga con el puño cerrado.

Ahora el uribismo cierra el puño, pero con los paramilitares tuvo la mano bien abierta. Hoy el uribismo pide cárcel para las FARC pero su proyecto de alternatividad penal no preveía ninguna pena para los paramilitares que se desmovilizaran; bastaba que el paramilitar se portara bien para que quedara libre, aunque hubiera cometido crímenes de guerra o de lesa humanidad. El proyecto era tan vergonzante que hasta el Congreso se lo rechazó.

Luego, cuando fue el turno de la ley de justicia y paz, fue la Corte Constitucional la que atajó varias gabelas propuestas por el gobierno y el Congreso. Pero a pesar de esa atajada, ese modelo uribista fracasó. De los casi 60.000 desmovilizados, el gobierno ha postulado alrededor de 5.000 para ser juzgados, de los cuales unos 3.000 han comparecido ante los fiscales (¿y los otros 2.000?). Ocho años después, cuando algunos ya van a salir de la cárcel, sólo se han proferido diez condenas, ¡diez!, en primera instancia. Además, con la extradición de los líderes y gracias a la dinámica de las versiones libres, la ley de Justicia y Paz ha permitido conocer apenas verdades muy limitadas sobre las acciones de los paras. ¿Esa es la “paz sin impunidad” que proponen?

Además de predicar y no aplicar, el uribismo ha vendido la idea injusta, o al menos apresurada, de que el modelo actual fomenta la impunidad: ese tema todavía no se ha negociado en La Habana, la regulación del Marco Jurídico para la Paz aún está pendiente (es esa ley la que en realidad dirá qué tendrá cárcel y qué no) y el referendo que ratificará los acuerdos ni siquiera se ha conocido.

Es hora de que por respeto con las víctimas pasadas, presentes y futuras debatamos de forma transparente, coherente y sin ambigüedades, sobre las propuestas de paz. Los ciudadanos—sus electores, sus opositores—nos merecemos que Zuluaga (o en su (d)efecto el mismo Uribe) despeje las dudas sobre qué significa ese mantra vacío y ambiguo de la “paz sin impunidad”. No vaya a ser que al continuar con las negociaciones (o al terminarlas, no se sabe con certeza) los electores de Zuluaga que salgan defraudados lo llamen luego traidor.

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