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The reality of sexual violence in Peru during the armed conflict shows in a raw and terrifying way how war demanded combatants to become machos, men capable of raping women without remorse, guilt, or ethical impediments.

The reality of sexual violence in Peru during the armed conflict shows in a raw and terrifying way how war demanded combatants to become machos, men capable of raping women without remorse, guilt, or ethical impediments.

La Comisión de la Verdad y Reconciliación del Perú (CVR) se creó en el 2001 para investigar las violaciones de derechos humanos ocurridas en este país entre los años 1980 y 2000. Uno de sus descubrimientos más impactantes fue, justamente, el de la sistematicidad de la violencia sexual ejercida mayoritariamente en contra de las mujeres indígenas, rurales, pobres y jóvenes –el 75% de ellas, hablantes de quechua -.

 

Gráfico tomado de Comisión de la Verdad y Reconciliación del Perú. Informe final. 

Los testimonios y datos recogidos por la Comisión también revelan una realidad que se esconde detrás de las violaciones: la de que los victimarios eran hombres. Hombres en un contexto de guerra que promovía y premiaba a quienes adoptaran una masculinidad guerrera, violenta y deshumanizadora. Con esto, la Comisión nos recuerda que ver la guerra desde la perspectiva de género no sólo se trata de identificar y reconocer a las víctimas, sino de estudiar a los victimarios y las condiciones para que se den los hechos de victimización. 

“Cuando tienes un hombre a tu lado, de alguna manera eres más respetada”, concluyeron las mujeres víctimas en las sesiones de la CVR. Y es que, en efecto, como lo documenta de manera juiciosa la antropóloga Kimberly Theidon**, las mujeres peruanas cuentan que corrían menos riesgo de ser violadas cuando tenían a un hombre protector cerca. 

Por eso, muchas de ellas decidieron casarse y embarazarse con hombres de su comunidad. No querían ser tan vulnerables en ese contexto hostil que las amenazaba con violarlas si estaban solas, y que, además, les exigía a los hombres asumir una masculinidad protectora porque, de lo contrario, sus mujeres pagarían las consecuencias. Hombres fuertes, protectores, guerreros. Esas eran las exigencias de la guerra.

Las lógicas del conflicto peruano también pedían machos. Hombres que violaban, justamente, para ratificar públicamente su masculinidad. De ahí que las violaciones en grupo fueran la constante: estos “rituales de sangre”, como los llama Theidon, cumplían la funcionalidad de preparar a los hombres para la guerra, al fomentar la cohesión de grupo, la camaradería con los compañeros y la deshumanización de los que se consideraban comportamientos transgresores. 

La violación en grupo tenía el efecto de unir a los combatientes, de hacerlos camaradas. En tanto todos compartían la experiencia de violar sexualmente a las mujeres en escenarios públicos, la vergüenza se perdía y se validaba la crueldad frente a los demás. 

En este contexto, la violencia sexual era una práctica implícitamente obligatoria. Quienes se negaban, recibían un castigo público: eran violados sexualmente por sus compañeros. De esa manera, se pensaba, les quitaban a los disidentes todo rastro de debilidad femenina. 

La guerra necesitaba machos y con la violación sexual se convertían justamente en eso: “con ese pobre gritando… dijeron que estaban cambiando su voz. Con tanto grito su voz bajaba: ya no era mujer”, describe un testigo de una violación grupal a un soldado que se negó a violar a una mujer. 

Los descubrimientos de la Comisión nos hacen un llamado urgente: a fijarnos en que, detrás de la crueldad y la sevicia, y de hombres que se jactan públicamente de violar sistemáticamente a las mujeres más vulnerables, hay unos códigos y arreglos de género, propios de cada contexto y de cada guerra, que, en el caso del Perú, les exigieron a los hombres hiper masculinizarse para convertirse en machos guerreros. Esta guerra educó masculinidades violentas para las que atacar sexualmente a una persona es una práctica que valida a los hombres como sujetos, en lugar de llenarlos de vergüenza. 

La Comisión de la Verdad del Perú no fue la primera en incorporar la perspectiva de género. Antes de ella, Guatemala y Sudáfrica reconocieron la importancia de ver el conflicto desde las experiencias de la feminidad y la masculinidad. Con estos esfuerzos, la realidad de la violencia sexual salió a la luz allí donde había pasado por invisible y, por primera vez, las mujeres víctimas fueron escuchadas y tuvieron la posibilidad de tramitar su dolor en sus propios términos. 

Pero además de esto, el caso peruano nos deja lecciones y desafíos que no podemos pasar por alto. Nos invita a generar cuestionamientos fuertes sobre nuestros arreglos de género y la violencia que subyace a ellos. Si las Comisiones de la Verdad en el mundo tienen como función establecer una verdad de cara a generar transformaciones para un escenario de post conflicto y de paz, entonces uno de los grandes retos para la superación de la guerra y sus lógicas es el de cómo formar nuevas masculinidades no violentas que promuevan relaciones de género más equitativas.

En la educación de los hombres recae un gran peso del mantenimiento de la violencia y el conflicto. Un contexto de paz debería exigir nuevos hombres. Hombres para los que la violencia sexual sea impensable y para los que su ratificación como sujetos no dependa de violentar a otros. La paz, en últimas, exige nuevas masculinidades. 

**Los testimonios e información de este blog son tomados de Theidon, Kimberly (2007). “Gender in Transition. Common Sense, Women, and War”. Publicado en: Journal of Human Rights. 6:4. 

 

Of interest: Violencia sexual

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