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Last tuesday the race for the United State’s presidency ended. But I think that, even more important than that, at least for us in Colombia, was the popular decision, that same day, of legalizing the cannabis consume in the states of Washington and Colorado.

Last tuesday the race for the United State’s presidency ended. But I think that, even more important than that, at least for us in Colombia, was the popular decision, that same day, of legalizing the cannabis consume in the states of Washington and Colorado.

El martes pasado terminó la disputa por la presidencia de los Estados Unidos. Pero creo que más importante que eso, por lo menos para nosotros en Colombia, fue la decisión popular, ese mismo martes, de legalizar el consumo de marihuana en los estados de Washington y Colorado.

Ese resultado representa un quiebre importante en la guerra impuesta por los Estados Unidos contra ciertas drogas.
Llevamos 50 años prohibiendo esas sustancias y llevamos los mismos 50 años fracasando en ese propósito. Peor aún, como si no bastara con fracasar durante cinco décadas, hemos creado problemas monumentales de crecimiento de la violencia, la corrupción y la captura del Estado; problemas que nos habríamos ahorrado si dicha prohibición no hubiera existido.
Todo eso lo hemos hecho a ciegas, con los ojos tapados por el velo del dogma conservador de la prohibición.
Nada ha servido contra esta ceguera. No ha valido la abrumadora evidencia de la violencia: se calcula que en México, por ejemplo, han muerto casi cincuenta mil personas por causa de la guerra contra los carteles de la droga. Tampoco han servido las espantosas cifras de deterioro institucional: según datos del Banco Mundial, por ejemplo, en Colombia se pagan sobornos en el 50% de los contratos estatales y el mismo banco estima que el costo de la corrupción en este país es equivalente al 60% de su deuda. Menos aún han valido las escandalosas cifras de las personas encarceladas por causa de las drogas: en Brasil, por ejemplo, son 117.000. Tampoco han servido los alarmantes datos sobre los costos de esta guerra: para seguir con el mismo ejemplo, el Estado brasileño gasta seis veces más por un preso que por un bachiller. Y claro, tampoco ha valido el consenso casi total que existe en la comunidad académica occidental en relación con el fracaso de esta política y con la necesidad de encontrar recetas alternativas a la prohibición.
Nada de eso ha valido. Lo único que se ha logrado en los últimos años es que los políticos hablen menos de su cruzada contra las drogas y que algunos expresidentes se vuelvan razonables (razonables a posteriori) y se declaren contrarios a la prohibición.
La decisión del martes pasado en Washington y en Colorado ha conseguido lo que parecía imposible: poner a tambalear a los prohibicionistas. Esto demuestra, una vez más, que los políticos se mueven por los votos, no por las razones. Pero, claro, todavía falta mucho para lograr la legalización plena y global de la marihuana y más aún para la legalización de las otras drogas. Estamos probablemente hablando de años (medidos no sólo en tiempo, sino también en cifras de violencia, corrupción, etc.), pero tengo la impresión de que ahora sí, por fin, el camino de la liberalización de las drogas (como el del matrimonio gay, también aprobado el martes pasado en algunas partes de los Estados Unidos) es irreversible.
Los desastres causados por esa guerra en países como Colombia y México fueron casi invisibles durante el año que duró la campaña presidencial que terminó el martes pasado. Los muertos de otras guerras, en Afganistán o en Libia, a miles de kilómetros de distancia del territorio gringo, tuvieron más presencia en esos debates que los muertos mejicanos o los desplazados colombianos, tan cerca como están de los Estados Unidos.
Pero los pueblos de Washington y Colorado lograron, sin proponérselo y justo el día de la elección presidencial, que los dramas que viven Colombia y México por causa de esta guerra, ruinosa e inmoral, sean hoy menos invisibles de lo que han sido durante décadas.

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