#MeToo
César Rodríguez Garavito October 20, 2017
|
You do not have to be perceptive to guess that in the country championing cosmetic surgery, entertainment or advertising, these are not the only sectors where there is harassment, or where there is a fine line ranging from lascivious compliments and misogynistic jokes to workplace abuse and sexual violence.
You do not have to be perceptive to guess that in the country championing cosmetic surgery, entertainment or advertising, these are not the only sectors where there is harassment, or where there is a fine line ranging from lascivious compliments and misogynistic jokes to workplace abuse and sexual violence.
In a macho culture, men talk more than they think. More than one study has shown that, unlike women, we tend to go over with our words, pontificate about what we do not know and interrupt women over and over again.
Si además de la identidad de hombre se tiene la de opinador, se supone que uno tiene mucho por decir en una columna. Debo confesar que esta semana me quedé sin palabras, a medida que las redes sociales explotaban con mensajes de miles de mujeres que respondían #YoTambien a la pregunta de la actriz Alyssa Milano sobre quién había sufrido acoso sexual, a propósito del escándalo sobre el productor de cine Harvey Weinstein.
¿Qué decir? ¿Cómo sumarse a una protesta contra algo que uno no ha sufrido en carne propia y de lo que quizás haya sido cómplice inconsciente? ¿Cómo solidarizarse con el rechazo al acoso y el abuso cotidianos pero mudos, que afecta de alguna forma a todas las mujeres? ¿#YoTambién qué?
Seguí en silencio la corriente de trinos. Más que palabras, lo que iba quedando era un vacío cada vez más triste. Hasta que encontré una columna de Juliana Martínez en Vanguardia, que juntaba silencio y tristeza. “Mi silencio es la parte que más me duele de todos esos recuerdos —escribió—. Al principio callé porque no sabía qué hacer, pero después seguí callando porque sabía lo que me pasaría si hablaba y no estaba preparada para afrontarlo”. Se refería a “las muchas veces que un hombre aprovechó una situación para decirme obscenidades, intentar forzarme a tener sexo, o tocarme sin mi consentimiento. Estos hombres no son monstruos. Hablo, entre otros, de un profesor universitario, un médico, mi instructor de manejo, tipos ‘súper bien’ en varios bares y muchos que en el bus o en la calle me han manoseado”.
El silencio se impone aun en los casos más graves, como los denunciados este año por la publicista Oriana Castro, sobre abusos sexuales sistemáticos en la empresa para la que trabajaba (Leo Burnett) y la industria en general. “Siento que estamos muy acostumbradas a callarnos”, dijo Castro. También hablaron del silencio algunas periodistas que le contaron a Arcadia historias sobre abusos de fuentes, colegas y jefes.
Quizás eso es lo más insidioso del acoso: el patriarcado trae su propio seguro, porque pone a las víctimas a explicar y explicarse. O a callar y culparse.
De ahí este vacío, este silencio. Medio país camina atemorizado por las calles y la otra mitad nos podemos dar el lujo de no ver a los ojos este mal colectivo. No hay que ser suspicaz para adivinar que en el país campeón de la cirugía estética, la farándula o la publicidad no son los únicos sectores donde hay acoso, o que hay una línea fina que va de los piropos lascivos y los chistes misóginos al abuso laboral y la violencia sexual.
No voy a terminar haciendo las propuestas de rigor contra el acoso sexual. No porque no sea importante, sino porque el silencio impuesto a las mujeres ha sido tan generalizado, y la complicidad de los hombres tan prolongada, que, por variar, los hombres podríamos comenzar por escuchar.