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In Eastern: Requiem for the Washington Consensus

“The old Washington Consensus is dead”, said the last week the British Prime Minister Gordon Brown before the opening of the president’s meeting, G-20 in London.

“EL VIEJO CONSENSO DE WASHINgton está muerto”, dijo la semana pasada el primer ministro británico Gordon Brown como antesala a la cumbre de presidentes del G-20 en Londres.

El momento fue histórico. De hecho, marca el fin de 30 años de neoliberalismo global y abre un proceso de transformación institucional que no se vivía desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Así que a detenerse en la circunstancia y el personaje del anuncio, que muchos medios pasaron de largo por concentrarse en el tímido abracito entre la reina Isabel y Michelle Obama.
Comencemos por la circunstancia, que estuvo cargada de simbolismo. Sucedió en la Catedral de San Pablo en Londres, donde Brown se dirigía a ONG y organizaciones religiosas que llevan décadas abogando por los millones de pobres que ha dejado la globalización desregulada. Organizaciones que —contra la opinión de economistas que las tildaban de radicales, ilusas y hasta mentirosas— habían advertido los riesgos de la “autorregulación” de los mercados financieros, los efectos nocivos de la versión dogmática de las privatizaciones y el peligro ecológico de la competencia económica global.
La ocasión fue simbólica también porque la célebre iglesia está ubicada a pocas cuadras del centro de negocios de Londres: la famosa “City”, que superó a Wall Street en la carrera por desregular el sector financiero y hacerse el de la vista gorda con los excesos de los banqueros que quebraron la economía mundial. Por eso el anuncio con olor a incienso es, más bien, un réquiem por el neoliberalismo.
Pasemos ahora al personaje. Que Gordon Brown sea quien canta el réquiem tiene una carga simbólica aún mayor. Porque él fue uno de los arquitectos del sistema económico e institucional que colapsó, primero como ministro de Economía y hoy como primer ministro. De ahí que su condena suene mucho a autoflagelación cristiana en Semana Santa. “La globalización sin supervisión de nuestros mercados financieros cruzó no sólo fronteras nacionales sino fronteras morales”, dijo ante el Cristo de San Pablo.
¿Qué sigue ahora? Ni más ni menos que la definición del nuevo régimen internacional que regulará la economía global y reemplazará el sistema forjado en Bretton Woods en 1944. Aquí hay tres posibilidades.
La primera es que el “viejo Consenso de Washington” del que habla Brown sea reencauchado y reemplazado por un “nuevo Consenso de Washington” tan excluyente como el primero. A eso parecen apuntarle algunos sectores del gobierno Obama cercanos a los mercados financieros, que quisieran cambiar algo para que todo siga igual.
La segunda opción es que se forje un consenso Washington-Berlín-Beijing, que impulse una regulación más estricta y multipolar de la economía global. Este es el escenario más probable. Así lo muestran los resultados de la cumbre del G-20, en especial la revitalización del Consejo de Estabilidad Financiera que le pondría coto a los banqueros y la orden que le dieron al FMI para que deje de imponer su receta de liberalización y austeridad fiscal alrededor del mundo y se dedique a su misión de dar liquidez a la economía global.
El tercer escenario posible sería un consenso más incluyente, digamos un eje Washington-Berlín-Beijing-Brasilia-Delhi-Johannesburgo. Con la mayoría de los pobres del mundo incluidos, sería más difícil seguir aplazando las transformaciones más profundas que se requieren para lograr una globalización equitativa que no destruya las condiciones de vida sobre el planeta.

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