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The start of the government programs “Merit Pays” (Spanish “Ser Pilo Paga”) which gives university scholarships to the very best low-income students reminded me of the story of a young Gabriel García Márquez when he arrived from the Caribbean coast to Bogotá.

The start of the government programs “Merit Pays” (Spanish “Ser Pilo Paga”) which gives university scholarships to the very best low-income students reminded me of the story of a young Gabriel García Márquez when he arrived from the Caribbean coast to Bogotá.

Empujado por la pobreza familiar, remontó el río Magdalena y la cordillera helada en busca de una beca para terminar el bachillerato. En el camino hizo algunos pesos cantando vallenatos y recitando versos para sus compañeros de barco, según cuenta Dasso Saldívar en El viaje a la semilla.

Aunque había sido el mejor del curso en Barranquilla, Gabo consiguió la beca no tanto por sus méritos, sino por la razón equivocada que suele definir las oportunidades en Colombia: la suerte. La de Gabo fue la del artista: mientras hacía la fila interminable en la oficina respectiva, se encontró con que el director nacional de becas era el mismo costeño enamorado a quien había hecho el favor de transcribir la letra de un bolero durante la travesía por el Magdalena. Cuando el futuro nobel pidió ser becado en uno de los colegios más prestigiosos de Bogotá, el agradecido funcionario le advirtió que ese era sólo para los recomendados políticos y las familias influyentes. Pero le concedió un cupo con todo pago en un buen colegio de Zipaquirá, que fue definitivo para el despegue de la vocación literaria del escritor.

Un recorrido similar están haciendo los 10.080 estudiantes excepcionales de “Ser pilo paga”. Su suerte no fue la arbitraria de nacer en una familia pudiente, sino haberse graduado con buenos puntajes cuando el Gobierno lanzó el acertado programa de becas. Y a diferencia de Gabo, pudieron elegir entre las mejores universidades públicas y privadas del país.

Tengo para mí que el programa va a ser revolucionario, no sólo para los estudiantes, sino para las universidades y los profesores. Por eso hay que acompañarlo, apoyarlo y tomar en serio las objeciones y los riesgos que suscita.

Algunos lo critican porque privatizaría la educación superior. En realidad, su efecto puede ser el contrario, porque vuelve más públicas a las universidades privadas —más accesibles, diversas y orientadas al bien común—, y desdibuja el abismo actual entre privadas y estatales. Pero es cierto que es sólo un comienzo y que resta mucho por hacer, desde becas especiales para estudiantes de regiones subrepresentadas como el Pacífico, hasta otras iniciativas más ambiciosas que fortalezcan la universidad pública y amplíen la cobertura de la educación superior.

Otro riesgo es la deserción de los becarios, especialmente en las privadas. Amén del choque de llegar a un medio académico y social radicalmente distinto, los estudiantes que han sido excepcionales en su contexto original pueden tener serias dificultades al estar entre otros alumnos destacados que han tenido más oportunidades, como muestra Malcolm Gladwell en Fuera de serie.

El Estado puso su cuota inicial al llevar a los mejores estudiantes a la universidad. Ahora nos corresponde a los profesores y las universidades garantizar que se queden. Y que tomen vuelo, como lo hizo el nobel.

Consulte la publicación original, aquí.

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