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My cellphone was stolen and Samuel does not want to know
I was not going to write this column. I was going to keep my silence, leaving the anger of being stolen while repeating to myself that all this happened for careless. Better said: I was going to do the same as thousands of citizens from Bogota that are stolen in the streets, whose cases the City Hall will never know and that do not have a space in a newspaper to express their feelings.
Por: César Rodríguez-Garavito (Retired in 2019) | March 9, 2009
NO IBA A ESCRIBIR ESTA COLUMNA. Me iba a quedar callado, pasando la rabia del robo mientras repetía que todo me pasó por pendejo, por dar papaya. Mejor dicho: iba a hacer lo mismo que miles de bogotanos atracados en las calles, de cuyos casos jamás sabrá la Alcaldía y que no tienen un rincón en un periódico para sacarse la espina.
Pero las recientes declaraciones del Alcalde Moreno fueron la gota que rebasó la copa. Ante un informe de El Tiempo sobre la ola de atracos en los buses, Samuel anunció el “Plan Guitarra”: la asignación a las rutas más peligrosas de policías vestidos de civil (¿armados de guitarras y colándose por la puerta de atrás para echarse una cancioncita mientras vigilan?). Y agregó:
“Eso ya se viene haciendo. Ahora, hay que seguir y aumentar los operativos. Igualmente, pedimos la colaboración de los ciudadanos con sus denuncias cuando sean víctimas”.
Pues quisiera contarle al Alcalde lo que pasa cuando los ciudadanos hacemos lo que nos pide, y que imagino que él conoce perfectamente. Para eso, nada más típico que la historia del robo de un celular en la calle o en uno de los buses donde irán los policías-guitarristas.
Cuando fui a poner el denuncio por hurto a la estación de Policía, lo que quería contarle al agente de turno era que me habían golpeado para raparme el celular mientras hablaba y caminaba por la calle 19, en pleno centro de Bogotá, un viernes en la noche. (Ya sé, ya sé: por eso dije que me pasó por pendejo).
Lo ideal sería que uno fuera a la Policía porque abrigaba alguna esperanza de recuperar el aparato, o por lo menos escuchar una voz solidaria del policía impotente. Pero no (tampoco soy tan pendejo): fui como quien va a una notaría, porque necesitaba un pedazo de papel firmado y sellado por la Policía para pedirle a la compañía del celular que me repusiera el teléfono.
Por eso ni se me ocurrió protestar cuando me mandaron a comprar el formato del denuncio en una tienda cercana. Pero ni las expectativas más bajas sobre el trámite me habían preparado para lo que leí en el formulario de $200: en él me tocaba jurar que se me “extravió (sic) los elementos que a continuación se relacionan”, es decir, el bendito celular.
–¿Y dónde consigo el formato para hurtos?, le pregunté al agente que escuchaba radio.
–Con este formato le hacen la reposición del celular. Si quiere poner la denuncia por hurto, le toca hacer la diligencia en la Fiscalía, en el centro.
Mejor dicho: cerca de donde me habían robado el día anterior. Y seguramente después de hacer una fila donde estarían los que no tuvieron más remedio porque corrieron con menos “suerte” que yo y terminaron chuzados (por arma blanca, no por el DAS), y que están entre el 75% de los atracados que —según el Observatorio de Seguridad de la Cámara de Comercio— lo fueron con arma u objeto contundente.
Si esta fuera sólo una anécdota personal, vaya y venga. Pero les pasa a miles de personas a las que les roban (no se les “extravían”) sus celulares, sus carteras, sus papeles, etc. Así que el problema es de fondo y significa que las autoridades desdeñan información valiosa sobre la criminalidad en la ciudad. Sin cifras confiables y aportadas por las mismas víctimas, ¿cómo se pueden diseñar políticas públicas serias?
El lío de las cifras es complicado y da para otra columna. Pero por ahora, permítanme quedarme en la posición de quienes hemos sido atracados y nos preguntamos de qué diablos está hablando el Alcalde cuando pide nuestra colaboración.