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Our weather injustice

Yesterday, World Earth Day, we listened again about data that we prefer to forget during the rest of the year. If we keep consuming and contaminating as we are right now, the planet’s weather can increase four degrees in the next three decades, which can put at risk of extinction half of the species.

Ayer, Día Mundial de la Tierra, volvimos a escuchar los datos que preferimos olvidar el resto del año. Si seguimos consumiendo y contaminando como ahora, la temperatura del planeta puede subir cuatro grados en las próximas tres décadas, lo que pondría en riesgo de extinción a la mitad de las especies.

A la nuestra no le irá mucho mejor: las miles de muertes actuales por inundaciones y sequías seguirán subiendo hasta llegar a cerca de un millón en 2030. Las zonas húmedas, como nuestras costas, verán más inviernos torrenciales como los de 2011; el nivel de los océanos subirá hasta borrar del mapa regiones costeras como la de Cartagena; lo mismo sucederá con los ríos, de cuyas orillas serán desplazadas nueve millones de personas a mediados de siglo.

Si la situación es tan grave, ¿por qué seguimos tan campantes? Probablemente porque esas cifras suenan distantes e impersonales. Distantes porque, aunque el clima esté cambiando ante nuestros ojos, los peores efectos los sentirán los jóvenes y los que no han nacido, que no tienen poder de decisión. Impersonales porque dan la sensación de que nosotros no tenemos nada que ver con esas muertes y esas tragedias. Pareciera que todo es culpa de los gobiernos, las industrias o la misma naturaleza.

En realidad, el cambio climático tiene mucho que ver con lo que usted y yo hacemos o dejamos de hacer. Cometemos a diario una profunda injusticia sin asumir ninguna responsabilidad por ello, como lo explica el economista-filósofo John Broome en un gran libro sobre el tema (Climate Matters)

La injusticia consiste en que las clases medias y altas generan más emisiones de carbono que quienes van a sufrir las consecuencias del cambio climático: las comunidades pobres asentadas en las costas del país que no tienen cómo resguardarse de las inundaciones; los campesinos que no podrán cultivar café o maíz cuando la temperatura promedio aumente dos grados; los 250 millones de africanos indigentes que, dentro de sólo 5 años, sufrirán peores sequías y escasez de alimentos; los millones de niños y niñas que pasarán hambre aquí y en otras partes del mundo si la desnutrición infantil sube 20%, como se estima que lo hará en la próxima generación.

Por eso, como dice Broome, la solución comienza con que usted y yo reconozcamos que nuestra conducta produce un daño severo. Por ejemplo, al tomar un vuelo de 5 horas, añadimos una tonelada de dióxido de carbono. Al comer carne, alentamos la ganadería que está tumbando monte, produciendo metano y consumiendo combustibles fósiles. Y así sucesivamente hasta poner nuestra cuota individual promedio, unas 800 toneladas de carbono a lo largo de nuestras vidas. Su costo es más alto de lo que uno podría imaginar. Medido en términos de las muertes y enfermedades causadas por el cambio climático, equivale a eliminar seis meses de vida humana sana. Puesto en términos económicos, implica una pérdida para la humanidad de unos $120 millones.

Además de ser grave, el daño es injusto porque no es accidental (escogemos volar o ser carnívoros), no respondemos por él (nadie nos cobra el costo, mucho menos los más afectados) y podríamos reducirlo o compensarlo sin mucho sacrificio. ¿Cómo? No desperdiciando agua y energía en casas y oficinas, reciclando, consumiendo con moderación, plantando árboles, comiendo menos carne, reduciendo viajes en carro o en avión.

Por supuesto, el futuro de la Tierra depende fundamentalmente de acciones colectivas de los gobiernos, que a la vez dependen de la presión que ejerzamos como ciudadanos. Pero la justicia comienza por casa.

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