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Scholars and Journalists

It is regrettable that the debate about academic fraud in Colombia has broken out surrounding the case of the scientist Raúl Cuero. But it would be even more regrettable if the debate turned against the researcher Rodrigo Bernal, who did nothing more than what his job demands: to rigorously investigate and publish what he finds (in this case, Cuero’s real record).

Digo que la ocasión es infortunada porque Cuero es un académico serio, dedicado hace tiempo a estudiar y enseñar. Pero, aupado por periodistas descuidados, exageró su estatura, hasta arañar el cielo retórico del Nobel en una entrevista. La hipérbole, esa virtud literaria, es un pecado tan grave en la academia como en el periodismo.

Al infortunio se suma cierta injusticia. Los logros se deben medir no sólo por el punto de llegada, sino también por el de partida. Venir de una familia analfabeta de Buenaventura y llegar a ser profesor en una universidad promedio de EE.UU. significa saltar los muros casi infranqueables de la pobreza y la discriminación. Es mucho más larga la distancia entre los muelles bonaverenses y una universidad que hace estudios esporádicos para la NASA, que la que va de un colegio bilingüe en Bogotá a un puesto en la misma NASA. Es la diferencia entre luchar contra la fuerza de gravedad y ser propulsado por ella. Los logros de Cuero no necesitaban más adornos, ni propios ni ajenos, como lo dijo el mismo Bernal en su artículo en este diario.

Pero nada de esto le resta fuerza a la crítica de Bernal, ni importancia al debate que suscita. Los periodistas que ensalzaron a Cuero, en lugar de levantar una cortina de humo acusando injustamente a Bernal de envidia y racismo para ocultar su propia negligencia, deberían recordar que en eso consiste la ciencia: dudar de la verdad recibida, contrastar las fuentes, apegarse a los hechos. De paso recordarían que el periodismo se rige por los mismos principios.

Por eso la labor académica seria es la reconocida por pares. No es lo mismo publicar en una revista o una editorial indexada, que somete los textos a la revisión de pares anónimos, que hacerlo en otros lugares. Tampoco es igual ser profesor en una facultad que se destaca en la disciplina, que hacerlo en una ubicada en el fondo del ranquin.

Estas son las lecciones que deberían quedar del episodio. Al final, la impostura no es tanto la de Cuero, sino la de muchos otros que pasan por académicos porque aquí no está claro qué implica serlo. En un país donde basta ponerse corbata para ser doctor, pocos saben qué implica hacer un doctorado. Y personas como José Obdulio Gaviria pueden autodenominarse académicos, o fundar “centros de pensamiento”, sin que se les suban los colores al rostro.

La misma confusión explica los equívocos y el oportunismo cotidianos. Políticos y estudiantes promedio pagan precios exorbitantes por una estadía corta o un curso de verano en una universidad conocida —Stanford, Harvard, La Sorbona— porque saben que los periodistas y los incautos no reparan en el título, ni en el hecho de que hay universidades menos conocidas que son bastante mejores en algunas disciplinas.

La frágil cultura académica a veces llega hasta la academia misma. Con demasiada frecuencia la regla de supervivencia entre nosotros, los investigadores, es que yo no te cuestiono si tú no me cuestionas. De ahí que las reseñas críticas de publicaciones sean un género despoblado en el país y escaseen los seminarios de discusión de estudios.

De modo que Bernal puso el dedo en la llaga. Quien esté en desacuerdo con él, que haga lo mismo: indague con juicio y diga si no está en lo cierto.

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