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September 11th in Hollywood
Professor Diego López Medina discusses “Syriana” and “Munich”, the political films of the season that present controversial theories.
Por: Diego E. López Medina | January 20, 2006
Este año que acaba de pasar fue muy interesante en películas políticamente comprometidas y ambiciosas, signadas por la necesidad de entender y explicar el 11 de septiembre de 2001. Entre ellas hay dos que merecen mención especial y que han generado un intenso debate desde que fueron lanzadas en Estados Unidos el pasado diciembre y que llegarán pronto a la cartelera colombiana. Sus temas tocan directamente con la geopolítica internacional y, en especial, con el Medio Oriente. Sus dilemas morales y políticos, sin embargo, son lo suficientemente cercanos a la situación colombiana como para merecer un análisis de las tesis que proponen.
Se trata, de un lado, de la última película del bien conocido Steven Spielberg, “Munich”, y de la enigmática “Syriana”, dirigida por Stephen Gaghan (quien con anterioridad había escrito el libreto de “Traffic”). Ambas películas se construyen en el difícil terreno medianero entre la realidad y la ficción. Son películas “basadas en eventos reales”, aunque con distintos grados de intervención narrativa. Así, “Munich” relata la historia de las ejecuciones extraoficiales que adelantó el gobierno de Israel en contra de los miembros del comando de “Septiembre Negro”, que mataron a varios atletas israelitas durante los Juegos Olímpicos de 1972; “Syriana”, de otro lado, reconstruye en una narrativa más libre la red de intrigas que une la insaciable sed de petróleo de los Estados Unidos, sus compañías petroleras, su burocracia estatal y sus poderosas firmas de abogados con la región del Medio Oriente en donde se almacena la mayor parte de las declinantes reservan petrolíferas del mundo.
La tesis de Spielberg es frentera y valiente, particularmente cuando las películas de Hollywood que se acostumbran ver (empezando por varias del mismo Spielberg) evitan los temas controversiales (casi siempre por razones comerciales): la ejecución extralegal de los miembros de Septiembre Negro que escapan vivos de “Munich”, sostiene Spielberg, es una respuesta militar ilegal e inconveniente frente a la agresión; de esta forma se impide la negociación política y la aprehensión y juzgamiento legales de los secuestradores que, para Spielberg, sería la vía moral y políticamente deseable. El uso del homicidio clandestino por parte del Estado es moralmente ilegítimo y prácticamente errado hasta el punto que Spielberg, en una escena sorprendente hacia el final de la película, relaciona sin ambages el comportamiento del Estado de Israel en los 70 con el ataque de Al Qaeda a Nueva York en el año 2001. Como imaginará el lector, la película ha sido fríamente recibida en Israel donde se acusa a Spielberg de relativizar la rígida línea que debe mantenerse entre los buenos y los malos de los acontecimientos de Munich.
“Syriana”, de otro lado, es de las primeras películas de Hollywood de difusión masiva que presenta los temas de Septiembre 11 sin las ingenuas certezas morales que hasta ahora han sido lugar común. En “Syriana”, en un complejo juego de espejos que nunca se resuelve completamente, los servicios de inteligencia de los Estados Unidos suministran las armas que luego han de servir, en las manos equivocadas, para atacar sus propios intereses económicos. Aquí el director ofrece una tesis intencionalmente ambigua y la interpretación queda en manos de la audiencia: al fin y al cabo el eslogan de la película parece ser “es complicado”, afirmación que se repite una y otra vez en labios del agente de la CIA Bob Barnes (interpretado por George Clooney).
A pesar de su ambigüedad, la película quiere mostrar que los intereses geo-estratégicos de los Estados Unidos se benefician directamente del círculo de corrupción que une a las compañías petroleras con el régimen despótico que reina en un ficticio Emirato árabe y que sirve de plantilla general para todos los realmente existentes. Los Estados Unidos, en la narración de Gaghan, preferirían asegurarse el acceso al petróleo del Emirato, incluso si eso implica cerrar las posibilidades de democracia política y económica mediante un magnicidio político encargado, de nuevo, a sus fuerzas de inteligencia.
Sorprende constatar que “Syriana” ha sido cálidamente recibida en Estados Unidos tanto por la crítica especializada como por la audiencia. Al día de hoy, es película favorita en la carrera por los premios Oscar. La producción del filme corrió por cuenta de Participant Productions que busca usar, según cuenta su página web (http://www.participantproductions.com/), “el poder de los medios para generar gran cambio social”. Inspirados en la película, los productores lanzaron una campaña de activismo social en la que buscan reducir la dependencia de los Estados Unidos frente al crudo producido en el extranjero. La explícita conciencia crítica de “Syriana”, que levanta una acusación monumental (radical, si se quiere) en contra de los intereses de Estados Unidos en el Medio Oriente, es, sin embargo transformada en una opaca campaña, más digerible por espectadores de todos los partidos y tendencias, “para reducir la dependencia de la economía estadounidense del petróleo mundial”.
¿Y la relación con Colombia? Una primera y obvia, es decir, como Spielberg y Gaghan, que el precio de las acciones encubiertas de violencia emprendidas por el Estado (cualquier Estado) termina siendo excesivamente alto en el mediano y largo plazo. “Syriana” y “Munich” sugieren que estas formas de accionar estatal son bolas de billar lanzadas a gran velocidad y que no siempre resulta fácil prever cuál será el último rebote que darán en la compleja mesa de la política (sea nacional o internacional). La solución de Spielberg frente a la contingencia de la violencia es confiar en el poder de la negociación política y de la venganza sublimada que se realiza a través del derecho. Los secuestradores de Munich debieron haber sido aprehendidos y juzgados ante un estrado judicial, no ejecutados en las calles de Europa por el equipo de la Mossad israelita. Esta conclusión es quizá sentimental para los realistas políticos, pero resulta tarea apremiante volver a darle contenido frente a la sonrisa cínica y descreída con que estas moralejas spielbergianas pueden ser recibidas.
Para Gaghan, en cambio, no parece haber cómodas soluciones: en “Syriana” la negociación política y las formas jurídicas son tan corruptas como la corrupción misma, parte integral e indistinguible de sus tentáculos infinitos. La justicia no nos salva de la corrupción porque como dice uno de los personajes de la película “¿Corrupción?”, “la corrupción es la intervención del gobierno en la eficiencia del mercado mediante la regulación”. Eso lo dijo Milton Friedman y él se ganó un maldito premio Nobel. “Tenemos leyes contra la corrupción precisamente para poder ejercerla. La corrupción es nuestra protección. La corrupción nos mantiene bien y calientitos.”.