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The best public officer of Santos’ government and the best tax collector in recent history is leaving.

The best public officer of Santos’ government and the best tax collector in recent history is leaving.

Se va por eso, por las consecuencias de defender el interés público: las amenazas, las presiones, los enemigos, las punzadas en el estómago que se van aguzando a medida que se pisan poderosos callos privados.

Quienes hemos conocido la DIAN, podemos dar fe de que lo hecho por Ortega es admirable. Como nos contó un exdirector de la entidad en una entrevista para un estudio en coautoría con Diana Rodríguez*, el problema histórico de la DIAN “es muy serio porque la institución de los impuestos y la aduana son un botín favorito, no solo de los delincuentes, sino de los empresarios”. A lo que hay que agregar que ha sido un botín predilecto de los políticos, como lo prueban miles de funcionarios temporales que medraban en la entidad porque eran nombrados para pagar favores electorales y que Ortega se dio la pela de despedir para promover la autonomía y eficiencia de la entidad.

También se enfrentó a los corruptos dentro y fuera de la DIAN. “Arreglar por las buenas” se había convertido en un lema no sólo entre muchos funcionarios, sino entre empresarios asistidos por prestantes abogados con contactos internos en la entidad. Si a ello se suma la corrupción de las mafias en las fronteras —desde La Guajira hasta el aeropuerto El Dorado—, se entiende por qué Colombia recauda mucho menos que países como Chile o Brasil. Contra todo eso, Ortega y su equipo comenzaron a desmontar las mafias evasoras, incluyendo las de la devolución fraudulenta del IVA.

Más allá de los riesgos personales, hay que agradecerle a Ortega porque la recaudación de impuestos es un tema esencial de justicia social, que tiene pocos defensores. La extrema derecha promueve exenciones para los más ricos, como lo hizo Uribe y lo sigue promoviendo Fedegán. La extrema izquierda tiende a tener un reflejo populista contra el aumento de impuestos, aunque sin este no sea posible pagar programas sociales que reviertan la profunda desigualdad colombiana.

De ahí que nada sea más convencional pero también más transformador que tener una buena administración de impuestos. Convencional porque la capacidad para obtener ingresos gravando a los ciudadanos fue el paso histórico que dio lugar a los estados modernos, como lo documentó Max Weber. Transformador porque la redistribución de ingresos es posible si el Estado grava a la minoría (la clase alta y, en menor medida, la media) para darle a la mayoría pobre.

Ortega logró lo primero: subir el recaudo de 70 billones de pesos en 2010 a casi 100 billones y dejar el camino preparado para recaudar 50 billones más cada año. Por la vía del gasto, sin embargo, el Gobierno queda en deuda para su segundo tiempo, no sólo por la corrupción sino porque otros funcionarios, como el ministro de Agricultura, parecen apuntar con sus políticas hacia la redistribución en la dirección contraria.

Falta mucho, como lo dijo el propio Ortega. Seguimos en un nivel de recaudo (15% del PIB) muy inferior al 25% que tiene cualquier Estado que funcione y sin el cual sería imposible cubrir los costos indispensables de la paz. Y tambalea en el Congreso la ley contra el contrabando, que le daría dientes a la DIAN para combatir la competencia desleal que está quebrando a la industria y los agricultores nacionales.

El nombramiento de la próxima dirigencia de la DIAN dirá mucho sobre el talante del nuevo gobierno Santos. Entre tanto, mil gracias, Juan Ricardo Ortega.

Consulte la publicación original, aquí.

Of interest: Colombia / Corrupción

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