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The awarded dogs of Fernando Vallejo
The criticism to Fernando Vallejo for announcing on Saturday, in the acceptance speech of the award from the Guadalajara Book Fair, that he would donate the $150,000 of the award to two Mexican organizations that look after stray dogs just commenced.
Por: César Rodríguez-Garavito (Retired in 2019) | November 28, 2011
El episodio es calcado de aquel de 2003, cuando endosó a una asociación venezolana defensora de animales los 100.000 dólares que venían con el Premio Rómulo Gallegos. Montos que se suman a los millones de pesos de las regalías de sus libros que han mantenido a flote la Asociación Protectora de Animales de Medellín.
Muchos no soportan que quienes salgan premiados sean los perros. En una espléndida entrevista de El Espectador, Nelson Padilla le transmite la inquietud al escritor:
—Maestro, ¿no le parece demasiado dinero para los perros, habiendo tanta gente necesitada?
—Esa es una cretinada —responde —. ¿Usted cuántos niños ha recogido y cuánto de su sueldo les da a los pobres?
La áspera réplica es de una lógica incontestable. En un país donde las donaciones son una rareza, ¿con qué autoridad se cuestiona a quien se desprende de lo que podría malgastar en lujos personales? Cuando más de 300 canes indigentes son asesinados semanalmente en la perrera de Bogotá, y el maltrato de toros y gallos son fiestas nacionales, ¿con qué cara se recrimina a quienes hacen algo al respecto con su propia plata? El error de los críticos de Vallejo es pensar que la solidaridad es indivisible: quien sea solidario con los animales, no podría serlo con los humanos; quien apoye causas altruistas en otros países, estaría castigando a sus compatriotas. Cuando lo de la donación del Premio Rómulo Gallegos a la organización venezolana, D’Artagnan publicó una desafinada diatriba que ilustra lo absurdo de esta posición. “Ni siquiera fueron los perros colombianos —¡nuestros perros!— los beneficiados con esta platica, sino los perros de Chávez”, escribió el fallecido periodista. Claro, ni los críticos de entonces ni los de ahora habrían dicho nada si el novelista se hubiera guardado el premio. Eso sí les habría parecido coherente.
Pero Vallejo cae en la misma inconsistencia que sus críticos. “Los humanos que se jodan, a mí los que me duelen son los animales”, le respondió a D’Artagnan. Su solidaridad también es excluyente. Su altruismo hacia los animales es tan profundo como su desprecio hacia los que pertenecemos a “esta especie del Homo sapiens excretora, mentirosa y mala… y perecedera y vanidosa y protagónica y tartufa”, como escribió alguna vez en SoHo.
Las dos caras de Vallejo quedaron encapsuladas en el mensaje moral con el que cerró su discurso en Guadalajara. Mientras uno de sus “mandamientos” recomienda respetar a los animales que “tienen un sistema nervioso complejo” y por eso “son tu prójimo”, los otros son tan inhumanos como antidemocráticos: “no te reproduzcas, que no tienes derecho” y “no votes… no te dejes engañar por los bribones de la democracia… Y si por la falta de tu voto, porque el día de las elecciones no saliste a votar, un tirano se apodera de tu país, ¡mátalo!”.
Lástima que su generosidad con otras especies vaya de la mano con su amargura hacia la propia; que su lucidez literaria sea tan grande como su ceguera sociológica. Pero prefiero esa solidaridad inconsecuente a la insolidaridad coherente de sus críticos. Aún mejor sería la solidaridad con todos, que el novelista formuló en un artículo que parece haber olvidado: “desde esta altísima columna de moral de la revista SoHo que he levantado sobre viejas en pelota, propongo… que pasemos a ser el Homo miséricors, el hombre misericordioso. Misericordioso pero no sólo con los otros hombres… sino también con los restantes animales puesto que en esencia son como nosotros”.