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The march of July 20th
“Are you going to march on Sunday?” a colleague in Medellín asked me this week. “Yes, of course”, I answered. “Oh! I am not so convinced” he responded and justified his decision with these words: “I went to march when the first demonstration against the kidnapping was organized; but I feel that this time with the liberation of Ingrid, the march is going to reduce to a political act of Government endorsement and I do not want to be part of the chorus of religious, chauvinistic praises and lackey that is being formed in this country because of the success of the Democratic Security politics.”
Por: Mauricio García Villegas | July 18, 2008
Además, me parece indigno que ya no se hable sino de las víctimas de la guerrilla; ¿dónde quedaron los campesinos masacrados por los paramilitares? ¿Y los desplazados? ¿Y los desaparecidos? Está muy bien que felicitemos al Ejército por la liberación de Íngrid, pero ¿dónde queda la responsabilidad de los militares en las masacres que cometieron los paramilitares?”.
Las cavilaciones de mi colega son muy serias y ponen de presente una asimetría moral del pueblo colombiano que es cierta. Sin embargo, no creo que sean buenas razones para no salir a marchar el domingo. En primer lugar, creo que el sentido original de esta marcha sigue siendo eminentemente cívico y obedece a un profundo sentimiento de indignación contra la práctica del secuestro. Es cierto que el Gobierno intenta capitalizar políticamente ese sentimiento y es por eso que mi colega —que comparte esa indignación contra las Farc— no quiere prestarse para ese juego. Sin embargo, creo que su actitud termina siendo políticamente contraproducente. Me explico: el carácter cívico de la manifestación se refuerza en la medida en que gente como mi colega marche. Si sólo salen los uribistas, el sentido político de los manifestantes opaca el sentimiento humanitario. Si, en cambio, marchan todos los que comparten la indignación contra los secuestradores —entre los cuales hay gente de todos los credos políticos— el espíritu cívico de la marcha se sobrepone al político. Por eso creo que, si de no seguir el juego uribista se trata, eso se consigue mejor marchando que quedándose en la casa.
En segundo lugar, las marchas cívicas no sólo son una buena oportunidad para que la gente exprese lo que siente, sino para aprender a sentir. La gente no sólo marcha porque siente indignación, sino que aprende a sentir indignación porque marcha. La actitud de protesta no siempre surge, espontáneamente, con la condición de víctima. A veces hay que construirla. Hace veinte o treinta años buena parte de las mujeres padecían calladamente los atropellos de los hombres sin imaginar siquiera que eran víctimas de violaciones, acosos, o maltratos sexuales. Muchas injusticias se reproducen simplemente porque cuentan con la complicidad de nuestra indolencia. ¿Cuántos abusos están todavía a la espera de ser desenmascarados públicamente? ¿Cuántas nuevas marchas están por inventarse?
El argumento de mi colega parece ser el siguiente: puesto que la sociedad tiene una cantidad limitada de sentimiento humanitario, lo debería repartir equitativamente entre todas las víctimas. Yo, por el contrario, creo que ese sentimiento es potencialmente ilimitado y que la indignación respecto de unas víctimas no sólo no disminuye la posibilidad de que la sociedad sienta algo respecto de otras víctimas, sino que, por el efecto del aprendizaje que digo, la aumenta.
Cuando la gente descubre la indignación que le producen los actos atroces de un actor armado ilegal, está más cerca de descubrir un sentimiento similar de sublevación contra los actos del actor ilegal opuesto. Pero claro, estoy de acuerdo con mi colega en que eso está por verse.