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The South American spring, from Brazil to Colombia

If the cordial Brazilians woke up, why the nonconformist Colombians do not protest?

Si los cordiales brasileños despertaron, ¿por qué no protestan los inconformes colombianos?

Muchos se hacen la pregunta ante la ola de protestas en el país vecino, que en un solo día sacaron a la calle a un millón de personas y se perfila hacia una huelga general el 1º de julio.

Algunos analistas resaltan las diferencias entre Brasil y Colombia. Pero las situaciones allá y acá tienen más en común de lo que se piensa. Y las posibilidades de una primavera colombiana no son tan remotas.

El primer punto es la corrupción, una de las quejas principales de los indignados brasileños. Allá, el Tribunal Supremo condenó a altos mandos del gobierno Lula por comprar votos en el Congreso, pero no ha logrado enviarlos a la cárcel. Acá, los carruseles de la contratación y la captura de los gobiernos por los corruptos, como en La Guajira, siguen a la orden del día. En ambos países, el amiguismo pone en peligro la independencia y pulcritud de las altas cortes. Y comienzan a salir a flote los beneficiarios privados de la corrupción. Hoy se sabe que el grupo de Eike Batista —el multimillonario brasileño que buscó explotar carbón en la Sierra Nevada de Santa Marta con la ayuda de “abogados sofisticados”— recibió más de US$4.000 millones en préstamos e inversiones del Estado brasileño, mientras que unas pocas firmas de construcción son las beneficiadas de las suntuosas obras para el Mundial y los Olímpicos. Aquí tenemos AIS y, ahora, Riopaila.
En el centro de las protestas brasileñas está un segundo punto en común: la pobre calidad de los servicios públicos, desde el transporte hasta la salud. La primavera brasileña se prendió con el alza del pasaje de buses que dejan tanto espacio para respirar como un Transmilenio, y continuó con las protestas por la precariedad de hospitales públicos, que son de lujo comparados con los colombianos.
Otro paralelo evidente es la explosión de protestas ambientales. Quienes salieron a la calle en ciudades como Belén de Pará protestan también contra la minería, la agroindustria y las represas en la Amazonia. Aquí las comunidades locales —desde el Tolima hasta La Guajira— están haciendo lo mismo.

Cierra la lista un factor crítico: la expansión de una clase media y urbana que rechaza el conservadurismo y el clientelismo de las clases políticas, y se comunica rápidamente por medios virtuales. No hay que olvidar que brasileños y colombianos están entre los usuarios más frecuentes de las redes sociales.

Si los colombianos comparten tanto con los brasileños, ¿por qué no se movilizan? Algunos estudiosos de los movimientos sociales han dado la respuesta: por miedo. Porque aquí la guerrilla ha maculado el discurso del inconformismo, y los gobiernos no tardan en acusar cualquier protesta de estar infiltrada por la subversión. Por su parte, las bacrim actualizan periódicamente sus listas de objetivos militares para incluir a los líderes de movilizaciones sociales.
Pero lo que enseña la ola de indignación que arrancó en Egipto en 2011 es que ciudadanos de muchos países (especialmente los jóvenes) están perdiendo el miedo, en parte por los factores que comparten Colombia y Brasil. De hecho, la ola verde de las elecciones de 2010 tenía algo de esto, pero fue despilfarrada por la irresponsabilidad del Partido Verde.

Lo que falta es un motivo y unas redes que conecten el inconformismo y las propuestas de sectores diversos. La chispa puede venir por una reacción contra la corrupción, o contra la depredación del medio ambiente. Una ola verde: sin partido, pero con futuro.

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