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To a women, not even with a “Bolillo” (roll)

The media debate on the case of “Bolillo” has exposed the myths and excuses that allows such violence to go unnoticed or to be justified.

Tuvieron que pasar 26 horas para que la Federación Colombiana de Fútbol y el “Bolillo” hicieran lo que debieron haber hecho a las nueve de la mañana del lunes, cuando se conoció la noticia de la aleve agresión del técnico nacional a la mujer que lo acompañaba. Cada hora, cada minuto sin que el “Bolillo” renunciara fue una afrenta a las más de 54.192 mujeres que sufren al año la violencia de sus parejas y las 17.953 que sufren violencia sexual, según cifras de Sisma Mujer.

Finalmente Gómez dejó el cargo, pero la discusión de fondo apenas comienza. Porque el verdadero impacto social del caso no tiene nada que ver con el fútbol, sino con la visibilidad y el precedente que fija sobre la que es quizás la violación más repetida y silenciosa de los derechos humanos en Colombia: la violencia contra las mujeres. Y el debate mediático sobre el caso del “Bolillo” ha puesto en evidencia los mitos y las excusas que permiten que semejante violencia pase desapercibida o sea justificada.

Para impulsar el debate, recojo tres excusas que han salido en estos días en los medios, con la esperanza de que los lectores de La Silla añadan otras.

Excusa # 1: los problemas de pareja son de la vida privada. Así lo dijo el Presidente de la Federación Colombiana de Fútbol al justificar lo injustificable. Mejor dicho: da lo mismo que los hombres resuelvan sus problemas conyugales con razones o con golpes, porque todo queda en la intimidad. Como lo dije en una serie de columnas en El Espectador sobre acoso sexual, esta es el argumento clásico con el que se ignora y silencia lo que ocurre tras las puertas de la casa o la oficina –o, como en el caso del “Bolillo”, en plena calle—, donde las mujeres quedan libradas a la ley del más fuerte, que en sociedades machistas es el novio, el jefe, el esposo, el colega.

Excusa # 2: las mujeres tienen la culpa: como miles de radioescuchas, no podía creer que esta razón, perfeccionada a lo largo de los años por los machistas de todo el mundo, fuera defendida al aire, en La W, por la senadora conservadora Liliana Rendón, quien se presenta como defensora de los derechos de las mujeres. Algo pudo haber hecho la agredida para “provocar” al técnico, dijo. De pronto fue culpa de ella, “de los tragos, o de los dos”, agregó. O como lo dijo ayer en la entrevista con Yamid Amat: “nosotras (las mujeres) fregamos mucho, somos muy necias y a veces provocamos unas reacciones”.

En resumen: la culpa es de la víctima. ¿Será que algún asesor caritativo de la senadora le puede pasar alguno de los miles de estudios que muestran que ese es precisamente el estereotipo que hace tan difícil denunciar y castigar a los violadores?

Excusa # 3: el hombre es inocente hasta que la mujer de la cara: de nuevo, la portavoz de esta perla fue la senadora Rendón, quien exigió que comparezca a declarar la mujer que salió con el “Bolillo” en la fatídica noche del sábado. Y agregó que el derecho de éste al “libre proceso” (sic) implica que el técnico no ha debido renunciar porque no ha sido acusado por su víctima, ni condenado por un juez.

Olvida algunos detallitos la honorable congresista. Primero, desconoce la ley sobre la violencia contra la mujer, que en 2008 expidió la corporación para la que ella trabaja, y que ahora sabemos por qué se ha quedado en el papel (con esas amigas…). Porque resulta que no hace falta una denuncia de la víctima para que la Fiscalía y los jueces investiguen y castiguen la violencia contra la mujer, ni ésta puede simplemente “perdonar” al agresor y pedir que no lo procesen. Pero sobre todo, olvida de nuevo que exigirle a las mujeres agredidas que den la cara es la forma perfecta para victimizarlas por segunda vez –en esta ocasión ante las cámaras— y para disuadir a cualquier víctima futura de denunciar.

El caso del Bolillo no podía terminar de otra forma. Pero es solo uno entre miles. Habrá que ver si el escarnio es y las consecuencias son iguales –como deberían serlo— cuando el agresor sea aún más visible o influyente. Porque en cada uno de esos casos, no faltarán los familiares, los políticos, los fiscales o los jueces que piensen que todo fue un asunto privado, que la mujer tiene la culpa y que hay que esperar a que de la cara.

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