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Watch your step

Nowadays everybody is talking about Colombia’s dreadful world record on anti-personnel mines.

POR ESTOS DÍAS, TODO EL MUNDO habla del infame récord mundial de Colombia en materia de minas antipersonales.

Mientras en Cartagena se celebra la Cumbre Global Antiminas, los analistas denuncian la bárbara práctica de las Farc de sembrar cada vez más aparaticos de la muerte en los campos del país. Ahí están las cifras escalofriantes del Landmine Monitor: el año pasado, al menos 160 colombianos encontraron la muerte al tropezar con una mina y 617 sobrevivieron, pero quedaron con alguna limitación física.

Pero no quiero escribir sobre lo mismo, sino referirme a una realidad que quedará después del último coctel en Cartagena: la de más de 5.000 colombianos que en los últimos 10 años quedaron en silla de ruedas o tienen otra discapacidad por haber pisado una mina. Y que se han unido los más de 6 millones de personas con discapacidad (PCD) que hay en el país.

Si se mira esa realidad más amplia, el “fíjate bien dónde pisas, fíjate cuando caminas” de la canción antiminas de Juanes parece dedicada a todas las PCD, cuya vida diaria en las calles, estadios, centros educativos y establecimientos públicos es una verdadera carrera de obstáculos. Para la muestra están las dolorosas escenas de soldados amputados tratando de remontar en silla de ruedas la cuesta hacia el Hospital Militar de Bogotá. También están algunas perlas que hemos encontrado haciendo trabajo de campo en la capital con PCD.

¿Saben lo que es conseguir una silla de ruedas en un centro comercial? Los invito a que lo hagan en el centro comercial San Rafael, o en Hayuelos, o en Plaza Imperial, para que vean que es casi imposible. En Unicentro pueden tener más suerte, pero verán que las sillas tienen unos gigantescos espaldares que ponen en ridículo a quienes las usan y, para rematar, no caben por las puertas de varios locales. El colmo es Corferias, ese enorme espacio que a duras penas podemos caminar quienes, por ahora, no necesitamos ayuda y que nunca parece tener disponible una bendita silla. Se salva Gran Estación, que tiene una política ejemplar de acceso y empleo para PCD.

Para no hablar de los bancos. ¿Cómo diablos llega una persona en silla de ruedas a una sucursal ubicada en un segundo piso, al que se puede subir sólo por escaleras? Imposible, como nos pasó en un Davivienda y en un Banco de Bogotá. O la peor: traten de entrar en muletas o en silla a una de esas sucursales del BBVA, cuyas puertas de seguridad se cierran cuando detectan metales. Y eso que la máquina tiene más corazón que los funcionarios que reciben la queja.

Un último ejemplo: no hay poder humano que convenza a un administrador de un supermercado, o de un Transmilenio en hora pico, de dejar entrar a un invidente con su perro de asistencia, aunque haya un decreto que así lo ordene.

Con semejantes obstáculos, no sorprende que las PCD estén rezagadas en los indicadores sociales. Las pocas cifras sobre el tema recogidas por el Censo de 2005 (porque las PCD son invisibles también para los censos y las encuestas) muestran que la tasa de analfabetismo entre las PCD es tres veces más alta que la del resto de la población, y la incidencia de hambre, el doble. La desventaja aumenta a medida que el sistema educativo y el mercado laboral, con sus instalaciones y puestos de trabajo inaccesibles, erigen obstáculos aún más altos. Todo lo cual contradice los estándares mundiales sobre el tema, recogidos en la reciente Convención de la ONU sobre los Derechos de las PCD.

Esta es la realidad dura que quedará después de la Cumbre Antiminas de Cartagena. Nada mejor que aprovechar este jueves 3 de diciembre, Día Mundial de las PCD, para tomar cartas en el asunto.

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