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What if the British had colonized us?

THAT IS THE QUESTION THAT Marianne Ponsford launches in SoHo.

ESA ES LA PREGUNTA QUE LANZA Marianne Ponsford en SoHo.

La misma que hacen historiadores y colombianos curiosos (o nostálgicos): la duda existencial sobre el qué-habría-pasado, ahora elevada a reflexión colectiva por la celebración del Bicentenario. ¿Será que todo sería distinto? ¿Quizás el momento en que se jodió Colombia fue cuando llegó España? ¿Acaso habríamos sido los Estados Unidos ecuatoriales?

Como lo saben los psicoanalistas, hay mucho de inútil en la introspección compulsiva sobre lo que no pasó. Igual que los psicoanalizados paralizados por el fantasma de lo-que-habría-podido-ser, las sociedades obsesionadas con lo que no fueron quedan atrapadas en un limbo, entre un pasado que no tienen y un futuro que se niegan a abrazar. Ahí está Argentina, con su eterno psicoanálisis colectivo, torturándose con la duda de por qué terminó vencida por la fuerza de gravedad geográfica, sumándose a Latinoamérica y no a la Europa que tanto anhelaba.

Pero la inquietud sobre lo que no somos es fructífera cuando nos ayuda a entender lo que sí somos. Esa es la lógica de las preguntas contrafácticas, como la que han planteado Ponsford y varios científicos sociales en el Bicentenario.

El problema es que la respuesta que se suele dar reproduce una versión simplista e infundada de la historia. Dice Ponsford que si los ingleses nos hubieran conquistado, “las religiones de los nativos seguirían intactas. Y sus costumbres, y sus lenguas y su arquitectura, también… Por supuesto, un extraordinario sistema ferroviario cruzaría como una malla todo el país. Y por esas vías saldrían muy ordenaditos todo el oro, todo el carbón, todas las esmeraldas, todo el banano y, poco a poco, todos los nativos de British Columbia…”.

¿Intactos los nativos y sus culturas? Los ingleses acabaron con ellos en Estados Unidos. ¿Extraordinario sistema ferroviario? Poco de eso existió en Nigeria o en Kenia. Más allá del texto de Ponsford —que es más una provocación literaria que una demostración histórica—, lo que importa es el lugar común que comparte con tantos análisis sociales: el mito de que todo habría sido distinto si nos hubieran colonizado los buenos (los píos colonizadores anglos) y no los malos (los voraces ibéricos): tendríamos instituciones democráticas sólidas, no nos mataríamos los unos a los otros y hace rato habríamos seguido a los consanguíneos estadounidenses en la senda del desarrollo.

Décadas de trabajos historiográficos han mostrado que la nacionalidad de los conquistadores, por sí sola, tuvo poco que ver con lo que hicieron en las colonias. Los ingleses saquearon y destruyeron tanto en África como lo hicieron los españoles y portugueses en América. Y el Congo sigue sin recuperarse del legado de las atrocidades extremas cometidas allí por los belgas.

Fueron tres economistas institucionales los que terminaron de derribar el mito. Hace diez años, Acemoglu, Johnson y Robinson explicaron por qué los europeos establecieron colonias e instituciones tan distintas en diferentes partes del mundo. La respuesta es que la culpa la tuvo el mosquito. Allí donde la malaria y la fiebre amarilla dispararon las tasas de mortalidad de los colonizadores (por ejemplo, de los ingleses en África o los españoles en América), los europeos estuvieron siempre de paso y no hicieron más inversiones en infraestructura o instituciones que las que precisaron para saquear las colonias, donde el legado de las instituciones extractivas es patente incluso hoy. Donde la tasa de mortalidad fue menor (por ejemplo, en EE.UU o Australia), los colonizadores se asentaron y contribuyeron a la tarea más difícil de construir instituciones locales e impulsar el desarrollo.

Así que las cosas no habrían sido muy distintas si los ingleses hubieran conquistado estas tierras. Habrá que buscar otros culpables de lo que no ha sido. O mejor aún, dedicarse a pensar, sin complejos, lo que puede ser.

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