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Woman can have it all?

Why are there so few women in directive positions? Is it because of the rules of the game that are discriminatory or because of decisions that they make themselves that relegate them to the middle management?

¿Por qué hay tan pocas mujeres en cargos directivos? ¿Se debe a reglas de juego que las discriminan, o a decisiones de las mismas mujeres que las relegan a los mandos medios?
Ese es el debate que han planteado dos de las profesionales más influyentes de Estados Unidos: Sheryl Sandberg, gerente de Facebook, y Ann-Marie Slaughter, profesora de Princeton y, hasta el año pasado, mano derecha de Hillary Clinton en el Departamento de Estado. Con la aparición del libro de Sandberg sobre el tema, la discusión va a reverberar por todo el mundo —mundo que, lamentablemente, sigue siendo controlado por los hombres—.
Veamos las cifras: de 190 jefes de Estado, sólo nueve son mujeres; entre los congresistas del planeta, sólo 13% son mujeres; en el sector empresarial, las mujeres ocupan apenas 15% de los cargos directivos. La situación no es mejor en Colombia. Tenemos sólo cinco ministras (contra nueve ministros), 14% de parlamentarias, una magistrada entre nueve miembros de la Corte Constitucional, cuatro entre 19 magistrados de la Corte Suprema y así sucesivamente. Y en las juntas directivas de grandes empresas, sólo el 10% son mujeres.
¿Por qué semejante diferencia? Se trata de “una brecha de ambición”, responde Sandberg: las mujeres no son tan ambiciosas y toman decisiones que van cediéndoles el espacio a los hombres, como no aceptar ascensos para tener más tiempo para la familia. La batería de estudios que cita sugiere que, a diferencia de los hombres, las mujeres tienden a subestimar sus habilidades, a no negociar el salario o pedir aumentos, y a atribuir su éxito a factores externos. A esto se suma la cultura machista, en la que los hombres exitosos son bien vistos, mientras que las mujeres exitosas son percibidas como “demasiado agresivas”.
De ahí que Sandberg esté lanzando una cruzada de autoconfianza femenina, que incluye círculos de entrenamiento para mujeres profesionales. Su misión es cerrar la brecha de ambición con tres cambios: que las mujeres “se sienten en la mesa” en las reuniones (en lugar de la fila de atrás), que tomen la palabra para hablar y aprendan a negociar, y que insistan en que sus parejas compartan por igual las tareas domésticas.
Aquí es donde entra la crítica de Slaughter, para quien todo esto equivale a culpar a las mujeres por la discriminación y poner el peso de la solución sobre sus hombros. Tras dos años en el gobierno de Obama, con viajes y agendas incompatibles con el cuidado de dos hijos adolescentes, renunció exhausta y concluyó que es falso que las mujeres puedan tenerlo todo —llegar a la cima profesional, ser madres ideales “y, encima de todo, mantenerse lindas y delgadas”—. Porque las reglas de juego laborales (los horarios, las reuniones, los incentivos) están sesgadas a favor de los hombres, quienes las fijan la mayoría de las veces.
A menos que los empleadores estén dispuestos a hacer cambios —permitiendo más trabajo desde la casa, eliminando los viajes innecesarios, etc.—, las mujeres seguirán desertando, agotadas, de sus carreras profesionales, incluso cuando tienen parejas que comparten la carga en la casa, como era el caso de Slaughter. Para no hablar de la mayoría de hogares allá y acá, en que las mujeres siguen haciendo la mayor parte del oficio y el cuidado de los hijos.
El debate apenas comienza y, si me preguntan, creo que las dos contendoras tienen parte de la razón. Y que las soluciones a la vergonzosa brecha de género pasan por cambios en las reglas y en las decisiones (pero no sólo de las mujeres, sino también de los hombres). ¿Usted qué opina?

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