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Encapuchados

EL AÑO PASADO ESTÁBAMOS OYENDO la conferencia que dictaba un profesor francés en la Universidad Nacional cuando de pronto vimos por las ventanas del auditorio a unos encapuchados que arengaban contra Uribe y lanzaban papas explosivas. El profesor francés palideció, suspendió su explicación y se levantó de su silla.

Por: Mauricio García Villegasseptiembre 19, 2008

EL AÑO PASADO ESTÁBAMOS OYENDO la conferencia que dictaba un profesor francés en la Universidad Nacional cuando de pronto vimos por las ventanas del auditorio a unos encapuchados que arengaban contra Uribe y lanzaban papas explosivas. El profesor francés palideció, suspendió su explicación y se levantó de su silla.

Le explicamos entonces que no pasaba nada grave y que eso sucedía con cierta frecuencia, sin afectar el curso de la vida universitaria. Recuerdo esto a propósito del video en el que aparecen unos encapuchados, aparentemente de las Farc, invitando a los estudiantes de la Universidad Distrital a la rebelión. Creo que en este caso, a diferencia de lo que pasó con el profesor francés, la opinión pública no debería sorprenderse pero sí debería preocuparse. Me explico.

La presencia de la guerrilla en las universidades públicas es marginal. Un porcentaje muy pequeño de estudiantes simpatiza con la guerrilla y un número aún menor milita en sus filas. No obstante, esos pocos subversivos desalientan a una gran cantidad de estudiantes que estarían dispuestos a protestar pacíficamente, pero que no lo hacen porque temen verse relacionados con una guerrilla que condenan.

El problema es que la mayoría de los estudiantes y profesores no descalifica explícita y claramente a los encapuchados de las Farc. Es cierto que no comparten sus ideas, mucho menos sus métodos, pero estiman que son unos muchachos idealistas, sacrificados y de buena fe, que tienen el valor de denunciar muchas cosas que pasan en Colombia y que, por eso, merecen ser oídos. Como no son objeto de rechazo, los encapuchados de las Farc apoyan y acompañan muchas de las protestas de los estudiantes. Esta cercanía, así sea sólo física, o estética (las capuchas), debilita el movimiento estudiantil.

Me pregunto qué habría pasado si en el video de la Distrital hubiesen aparecido paramilitares y no guerrilleros. Seguramente habría habido comunicados de profesores y directivas protestando por el hecho. Probablemente yo habría firmado alguno. Lo que creo es que también hay que firmar comunicados contra las Farc.

Esta asimetría política frente a los violentos —unos son condenados y los otros no— es lo que le da pie a la derecha para sostener que todas las protestas hacen parte del mismo paquete subversivo. La mejor defensa contra esta afirmación malintencionada no consiste en hacer lo mismo que ellos hacen, es decir, en denunciarlos a todos como parte de un proyecto paramilitar en curso, sino en guardar una posición equidistante de rechazo, tanto respecto de la guerrilla como de la extrema derecha. Si de lo que se trata es de fortalecer el debate político y el movimiento estudiantil, esta posición no sólo es éticamente más sólida, sino políticamente más efectiva. (En el campus, como en el resto del país, las Farc terminan siendo los mejores promotores de la derecha).

Para acabar con la presencia de encapuchados de las Farc en las universidades no hay que enviar a la Policía, como piensan algunos. Mucho menos hay que permitir que todos los grupos violentos hagan proselitismo armado, como piensan otros (eso sería el preámbulo de una guerra civil universitaria). Lo que hay que hacer es convencer a la comunidad académica para que descalifique abierta y decididamente a todos los que predican la violencia como herramienta política.

Quizá, de esa manera, no sólo consigamos que el movimiento estudiantil vuelva a oxigenar el debate político y a despertar a la sociedad de su letargo, como lo hacía antes, sino que los profesores extranjeros vuelvan tranquilos y confiados a las universidades públicas.

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