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"Llevamos dos décadas continuas de deterioro democrático". | EFE

Entender el declive democrático

¿Qué explica el ascenso de estos populismos autoritarios? No hay respuestas fáciles a esa pregunta porque esta evolución responde a múltiples factores.

Por: Rodrigo Uprimny Yepesmarzo 11, 2025

Luego de una cierta primavera de la democracia constitucional y del multilateralismo, entre 1990 y 2010, el declive democrático y del Estado de derecho en el mundo es claro. Esto lo señalan todos los centros de investigación que documentan cuantitativamente esas evoluciones, como Freedom House, que señalan que llevamos dos décadas continuas de deterioro democrático, que en muchas ocasiones ha sido apoyado, paradójicamente, por mayorías electorales. Es como si la democracia estuviera devorándose a sí misma.

El ejemplo reciente, y tal vez el más preocupante, de esta evolución ha sido la elección de Trump en Estados Unidos y sus primeras semanas de gobierno, en que ha tomado medidas autoritarias que están poniendo en riesgo a una de las democracias más robustas del mundo. Pero infortunadamente no es el único: en muchas otras partes del mundo muchas opciones autoritarias han sido apoyadas por buena parte del electorado, como lo muestran los triunfos recurrentes de Orbán en Hungría, Erdogan en Turquía o Modi en India. Y las victorias de Bukele en El Salvador o Milei en Argentina. O el ascenso de la extrema derecha en varias democracias sólidas europeas como Francia, Alemania, Italia o Austria.

¿Qué explica el ascenso de estos populismos autoritarios?  No hay respuestas fáciles a esa pregunta porque esta evolución responde a múltiples factores y tiene variaciones nacionales significativas. Sin embargo, me atrevo a conjeturar que puede ser útil metodológicamente distinguir cuatro tipos de factores.

Primero, las tendencias estructurales, que son comunes a muchos países, como el impacto del carácter neoliberal de la globalización, que incrementó las desigualdades y deterioró la situación de la clase obrera en los países desarrollados. Muchos de los trabajadores manuales que hoy apoyan posiciones de extrema derecha lo hacen porque son los perdedores de esta globalización y son quienes más amenazados se sienten por la inmigración y por ciertas demandas identitarias. Y las extremas derechas aparentemente les ofrecen alternativas con sus discursos y políticas antiinmigración, como lo explica Francis Fukuyama, quien luego de postular en su best seller de los noventas, “El fin de la Historia”, que la democracia liberal había triunfado, reconoce ahora ese retroceso en uno de sus últimos libros (“El liberalismo y sus desencantos”) y lo asocia a las desigualdades derivadas del neoliberalismo y a los excesos de las políticas identitarias.

Segundo, porque en muchos países este ascenso de estas opciones autoritarias es fruto de estrategias explícitas de ciertos sectores que buscan minar la democracia usando las elecciones: por ejemplo, el ascenso de la extrema derecha en Estados Unidos responde a complejas fuerzas sociales y culturales. Pero ha sido también fruto de una estrategia deliberada exitosa para tomarse el partido Republicano por parte de políticos como Newt Gingrich o el Tea Party, apoyada por billonarios como los hermanos Koch, como lo muestra el documental de DW: “El auge de la ultraderecha en la política de EE.UU”.

Tercero, por errores de las propias fuerzas democráticas: por ejemplo, la adhesión acrítica al neoliberalismo del partido Demócrata en Estados Unidos o de ciertos partidos socialistas en Europa privó progresivamente a esas fuerzas políticas del apoyo de las clases trabajadoras, impactadas negativamente por la globalización.

Cuarto, debido a ciertos diseños constitucionales. En efecto, como he intentado mostrarlo en algunos escritos recientes, retomando ciertas tesis de Giovani Sartori en su libro de los noventas sobre “Ingeniería constitucional comparada”, estos arreglos institucionales cuentan: algunos favorecen el deterioro democrático, como una forma de gobierno presidencial y un sistema electoral mayoritario que lleva al bipartidismo; en cambio otros podrían prevenirlo, o al menos hacerlo menos probable, como una forma de gobierno parlamentaria y un sistema electoral proporcional que estimula el multipartidismo.

Comparemos Italia (parlamentarismo pluripartidista) con los Estados Unidos (presidencialismo bipartidista): Giorgia Meloni, líder de la extrema derecha, llegó a primera ministra de Italia, al ser la fuerza más votada en 2022. Pero la elección fue menos divisiva que la de Trump, y Meloni ha tenido que moderar sus posiciones para mantener la confianza del parlamento y poder gobernar. En cambio, Trump ganó la elección por menos de 2 % de los votos totales y, sin embargo, controla todo el poder ejecutivo y gobierna como un emperador.

Quienes creemos que la democracia constitucional, a pesar de sus imperfecciones, es aún la mejor forma de gobierno disponible, no podemos simplemente lamentarnos de su marchitamiento: tenemos que comprender cuáles son las razones de este declive democrático y, sobre todo, por qué hoy es tan popular ser antidemocrático, si queremos realmente tener mejores herramientas para defender y profundizar la democracia. De lo contrario, veremos colapsar la democracia a través de medios aparentemente democráticos, como lo advierten Levitsky y Ziblatt en su conocido libro: Cómo mueren las democracias.

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