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Fantasmas del siglo XVI en el Senado
Por: Vivian Newman Pont | Abril 28, 2013
Las discusiones en el Senado no distan mucho de las controversias de la época de la conquista.
Era el miércoles pasado por la noche y se acababa de suspender el debate en la plenaria del senado sobre el matrimonio igualitario. La transmisión era por internet y por televisión. Después de preguntarme si la Ley Lleras 3.0 prohibiría, como lo intentaron sus antecesoras, la posibilidad de retransmitir estas imágenes en un futuro, y con el sabor de lo que consideraba debía ser una discusión del pasado (tanto la apertura de internet como el matrimonio igualitario), fui a ver la obra de teatro La Controversia de Valladolid que presenta la Casa del Teatro.
En un pequeño escenario con cortina de terciopelo rojo y crucifijo simbólico se recreaba el debate de 1550. Fray Bartolomé de las Casas defendía la dignidad de los indígenas y el filósofo Juan Ginés de Sepúlveda intentaba probar su inferior categoría, para justificar la conquista. La comparación, pero ya no con los indígenas de 2013, como lo hiciera hace algunos meses Rodrigo Uprimny, sino con la situación de la población LGBTI, resultaba inevitable.
Las Casas, partidario del universalismo cristiano, no aceptaba graduación en la condición humana: se es o no se es racional y los indios lo son. Requieren eso sí de evangelización. Mientras tanto, Sepúlveda se basaba en las conductas antinaturales como el canibalismo y los sacrificios a dioses falsos, para considerar a los indios como una categoría inferior que a la vez servía de sustento para que los españoles más perfectos gobernaran sobre los americanos menos perfectos.
En nuestro recinto parlamentario se usaron los mismos argumentos del siglo XVI que justificaban la obtención de oro y riquezas. Hace cinco siglos se argumentaba que existían diferencias de humanidades por razón del derecho natural, de la religión o de la ignorancia. Hoy, para que los sepúlvedas reconozcan que la población LGBTI es igual de humana que las mayorías heterosexuales, se requiere que renuncie a su orientación sexual. Unos ejemplos:
Mario Cely Quintero, que aparece en Google como autor de varios libros con títulos de influencia religiosa como La Teología Gay Homosexual y Reencarnación, un pensamiento crítico del pensamiento cristiano, decía que la relación homosexual era un experimento social inédito y peligroso. El congresista Roy Barreras alegaba que el matoneo que sufren los niños y niñas que provienen de parejas homosexuales y la necesidad de padre y madre lo obligaban a votar en contra. El senador Andrade se escudaba en que la mayoría de la sociedad ya se había pronunciado en contra del matrimonio igualitario. Y entre los dos, legisladores que perpetúan y refuerzan la desigualdad existente, lograban que la sociedad sirviera de excusa y de causa para cerrarle el paso al matrimonio igualitario y con ello también a la educación en la diversidad. El espectáculo, visto desde lejos es pintoresco. Pero visto de cerca, es abiertamente discriminatorio.
En la controversia de Valladolid nada se decidió y las cosas quedaron como antes. En el senado, por falta de la señal de televisión, el discurso se pospuso para continuar la semana siguiente. Dadas las circunstancias, el congreso aún cuenta con un chance para demostrar que no es Valladolid y que no está limitando la igualdad de la población LGBTI. Incluso podría demostrar que protege a las minorías tanto como la Corte Constitucional, y que ya entramos en el siglo XXI. ¿O será que tiene razón la lobista profesional que, luego de dejar su traje de funcionaria pública en casa, se olió el tufo de hundimiento del proyecto, según se leía en su chat en pleno congreso?
Nota: ¿Qué habría pensado Juan Jaramillo, tan ecuánime, de esta controversia?