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Guerras trágicas

LOS CONFLICTOS Y LAS TRAGEDIAS han ocasionado grandes sufrimientos a la humanidad. Pero más terrible que eso, han sido los conflictos que se asumen como tragedias, como eventos naturales o sobrenaturales a los que no se puede resistir. Ésas son las guerras totales, las guerras santas, las guerras en donde los combatientes están dispuestos a morir antes que a negociar con los enemigos. El conflicto entre Israel y Hamas tiene mucho de eso.

Por: Mauricio García Villegasenero 9, 2009

Los conflictos y las tragedias han ocasionado grandes sufrimientos a la humanidad. Pero más terrible que eso, han sido los conflictos que se asumen como tragedias, como eventos naturales o sobrenaturales a los que no se puede resistir. Ésas son las guerras totales, las guerras santas, las guerras en donde los combatientes están dispuestos a morir antes que a negociar con los enemigos. El conflicto entre Israel y Hamas tiene mucho de eso.

Los judíos han tenido una historia heroica y terrible: expulsados de su tierra por los romanos en el siglo I, estuvieron errando por el mundo hasta 1948 cuando, después del Holocausto, la comunidad internacional les dio la oportunidad de volver a su tierra natal. Luego de casi 2000 años de andar por un mundo ajeno (la Diáspora) regresaron a Palestina. Pero su regreso no fue algo así como “un regreso a casa”. La Palestina que encontraron no sólo los había olvidado hacía mucho tiempo, sino que era menos multirracial, menos multicultural, más árabe y más musulmana que la que habían dejado 2000 años antes. Por eso, cuando llegaron, sus vecinos los tildaron de invasores y se lanzaron a la guerra contra ellos.

Pero los judíos, apoyados por los Estados Unidos y dispuestos a dejar de ser víctimas por primera vez en su historia, se defendieron con tal ferocidad que terminaron convirtiéndose, también por primera vez, en victimarios. Lo dramático de esta historia es que al actuar de esa manera, Israel engendró en sus víctimas un nacionalismo fundamentalista, heroico y religioso muy similar al que sus enemigos habían engendrado en ellos mismos. Si el odio y la ceguera religiosa no estuvieran de por medio, los israelitas, al ver lo que está pasando hoy en Gaza, podrían verse a sí mismos, como en un espejo.

La historia que se vive en Palestina desde 1948 es la historia de la guerra escalonada entre dos pueblos que defienden su derecho a vivir en la tierra que les pertenece. Como es la suya, ambos pueblos se quedarán allí para siempre; ninguno se irá a otra parte. Los palestinos y los judíos están en Palestina por la misma razón que los noruegos están en Noruega o que los chinos están en China: porque ésa es su tierra. Así las cosas, la única solución posible es una convivencia regida por el respeto mutuo.

Si eso es así, ¿cómo es posible que los dirigentes de ambos pueblos se hayan opuesto a negociar? La respuesta a esta pregunta es muy compleja y requiere de múltiples consideraciones —el nacionalismo, la geopolítica, el mundo árabe, la tierra— pero creo que el elemento religioso juega un papel primordial.

En estas circunstancias, el único remedio posible es la intervención de un tercero que imponga el pragmatismo que les falta a los combatientes. De esa manera, no sólo se protege a cada país de su enemigo, sino de sí mismos, es decir, de la vertiente fundamentalista que en nombre de un dios implacable los lleva al sacrificio. Ese tercero ya existe y está representado por las múltiples declaraciones de Naciones Unidas sobre Palestina; declaraciones que no se cumplen porque nadie las hace cumplir.

Todo el mundo se pregunta hoy si con el presidente Obama llegará ese momento en el que las potencias occidentales se unirán para imponerle a Israel y a Hamas el respeto del derecho internacional.

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