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Haití y la prevención mundial de desastres

Hay algo que se puede agregar al listado de reflexiones y acciones que ha suscitado la tragedia haitiana: la descoordinación para atender a las víctimas y la sensación de desgobierno en la isla.

Hay algo que se puede agregar al listado de reflexiones y acciones que ha suscitado la tragedia haitiana: la descoordinación para atender a las víctimas y la sensación de desgobierno en la isla.

La tragedia de Haití no para de conmover al mundo y de despertar su sentimiento humanitario. Por cierto, esto es una buena señal de lo que aún somos capaces como seres humanos. También ha servido para que historiadores, periodistas, escritores y académicos revivan la no menos trágica y paradójica historia social y política de una de las primeras colonias europeas que en este lado del Atlántico obtuvo la independencia.

Hay algo, sin embargo, que se podría agregar al listado de reflexiones y acciones que ha suscitado la tragedia haitiana, y tiene que ver con la queja de políticos, donantes, ayudantes in situ y analistas: la descoordinación para atender a las víctimas y la sensación de desgobierno total que allí se vive. Para abreviar, simplemente lo llamaré caos general.

La tesis que se ha construido es simple: el caos humanitario que en este momento sufre Haití viene atizado por el caos social y político que de vieja data padece una de las naciones más pobres del planeta. Para los que están al frente de la ayuda, entonces, el caos impone que cada quien haga lo que mejor pueda a favor de las víctimas; y para los más visionarios, se trata de una oportunidad para volver los ojos hacia Haití en términos más estructurales, para reconstruir el orden social y político de esa parte del mundo.

No me parecen malos ni el diagnóstico del caos general descrito, ni las acciones tomadas en consecuencia, ni tampoco las proyecciones políticas realizadas. Con todo, creo que en el fondo lo que subyace es un problema aplicable a cualquier país en vía de desarrollo y que tiene que ver con qué hacer en el nivel mundial frente a una tragedia arrasadora como la que estamos presenciando y, por lo que se sabe, no pararemos de ver, con los mismos u otros protagonistas. Algo así como una aporía general en tiempos de globalización: problemas que desbordan las fronteras y la inexistencia o ineficacia de instituciones globales que puedan enfrentarlos.

Si Haití no estaba preparada para reaccionar a una tragedia de tal magnitud –como creo que no lo estaría ninguno de nuestros países–, el mundo tampoco lo estaba, ni lo está, para coordinar debidamente el apoyo. No creo exagerar si digo que Haití permitió también develar una suerte de caos mundial, caracterizado por una reacción importante y necesaria pero bastante descoordinada y políticamente complicada. Cada quien viene haciendo lo que mejor puede y le parece. Hasta Bush –que demostró toda su ineptitud frente al Katrina que arrasó Nueva Orleáns– resultó designado por Obama, junto con Clinton, para coordinar lo que ha decidido unilateralmente Estados Unidos –como muchos otros países– que le corresponde hacer.

Teóricamente, es Naciones Unidas la que debe estar al frente de la situación, pero no basta con la mera presencia de su Secretario General en la zona de la tragedia o la de los cascos azules; y tampoco bastan las manifestaciones de solidaridad, ni la promesa de que se hará todo lo que se tenga al alcance para aliviar la tragedia de las víctimas.

Aquí también hay un problema de responsabilidad que incumbe a todos los Estados y a sus dirigentes. La imposibilidad de enfrentar la naturaleza no debe ser causa de inhibición política para actuar preventivamente en todos los demás aspectos que inevitablemente traerá la tragedia. Si bien se ha avanzado en ello, los resultados, en términos de oportunidad y eficacia, son bastante desalentadores, con lo que no quedan bien libradas instituciones e iniciativas que, en todo caso, vale la pena apoyar, tales como la oficina de Naciones Unidas encargada de la coordinación de la atención humanitaria (OCHA) y la Estrategia Internacional para la Reducción de Desastres.

Lo de Haití puso igualmente de presente la inexistencia de reglas claras acerca de las condiciones en que unos países pueden ‘tomarse’ otros para apoyarlos en términos humanitarios, al margen de lo coordinado por la ONU, como nos lo ha enrostrado EE. UU.

En síntesis, frente a las tragedias devastadoras que se seguirán produciendo, aún estamos lejos de asegurar una minimización de sus consecuencias. La ONU debe revisar la eficacia de su sistema de coordinación de ayuda humanitaria, y los Estados poderosos, de quienes se espera la mayor ayuda, repensar el modus operandi de su apoyo.

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