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Historias de amor contra el racismo

AL FIN HAY UN DEBATE ABIERTO SObre raza y racismo en Colombia. Todo comenzó con una historia de amor.

AL FIN HAY UN DEBATE ABIERTO SObre raza y racismo en Colombia. Todo comenzó con una historia de amor.

Sí, la de Martha Amor, profesional cartagenera que alegó que, por ser mulata y no “negra de verdad, verdad”, había perdido el concurso por una beca de maestría para afrodescendientes, ofrecida por la Alcaldía de su ciudad.

Algunos apoyaron tanto la queja como las becas. Otros respaldamos estos programas de acción afirmativa para contrarrestar la discriminación contra afrocolombianos y otros grupos sociales, pero cuestionamos la versión de los hechos de Amor. Un tercer grupo criticó, en general, las acciones afirmativas para afros, porque supuestamente requieren un “certificado de negro”, que sería una forma de racismo al revés. Como puede verse en el recuento hecho en la página virtual del Observatorio de Discriminación Racial (odracial.org), la bienvenida discusión ha involucrado activistas, funcionarios, escritores y analistas.

Lo que arrancó como una historia de Amor se tornó en una de desamor, a medida que una provocadora columna de Héctor Abad sobre el “certificado de negro” suscitó acusaciones de lado y lado. Ya expliqué en este espacio por qué la columna me pareció infortunada e infundada. Pero, en lugar de personalizar el debate, quisiera concentrarme en los argumentos y la evidencia, para mantener abierta esta conversación fundamental, que apenas arranca.

Retomo, entonces, el hilo de las historias amorosas, esta vez la del “amor interracial”, que Abad formula como antídoto antirracista en su respuesta a los críticos; aquel mestizaje que opera “cuando el negro ama a la blanca, cuando la negra ama al indio y la india al blanco”.

Pero resulta que, fuera del mundo de las telenovelas, el amor es el más discriminador de los sentimientos humanos. En la vida real, es la forma más eficaz de transmitir los privilegios: los ricos tienden a emparentarse con otros ricos, los profesionales se unen con sus colegas, los blancos se casan con blancos, etc. Y en sociedades con marcadas inequidades sociales y raciales, el amor entre distintos es aún más escaso, porque los de piel más oscura son también los más pobres. Por ejemplo, el 80% de los brasileños se casan con parejas de su misma raza. En Colombia no se ha hecho el cálculo, pero las entrevistas hechas por el Observatorio alrededor del país muestran que las uniones interraciales siguen siendo la excepción.

Por eso, quien sueñe con la democracia (amorosa o de cualquier tipo), debe comenzar por defender (en lugar de atacar) las medidas que rompen la inercia de los privilegios y les dan oportunidades de ascenso a los grupos históricamente discriminados. Hay que comenzar por promover condiciones mínimas de igualdad, en el amor y en las demás relaciones sociales. Esto es precisamente lo que hacen las acciones afirmativas.

Este es el experimento colectivo en el que está embarcado Brasil desde el gobierno de Cardoso, que les abrió la puerta a las acciones afirmativas a gran escala. Además de un Ministerio de la Equidad Racial, hoy existen becas y cuotas para afros, indígenas y estudiantes de escuelas públicas en universidades de todo el país. En este tema, como en tantos otros, el gobierno y la sociedad civil colombianas deben mirar a Brasil, en lugar de prestarles atención a los que alegan, sin base alguna, que estos programas son una rareza anglosajona.

La experiencia brasileña debe servir para diseñar bien los programas locales, de tal forma que tengan un impacto sensible pero mitiguen los riesgos de oportunismo y discriminación inversa. Para ello resta resolver problemas prácticos complejos, como lo explican los blogs recientes de Dejusticia en La Silla Vacía.

Son temas ineludibles, porque se trata de una de las grandes promesas incumplidas de la Constitución de 1991. Sería un hermoso regalo de 20 años, de esos que se dan por verdadero amor.

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