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Uno de los grandes obstáculos que los colombianos tenemos para salir de nuestra cruel y larga guerra es que tenemos mucha dificultad para imaginarnos lo que sería vivir en paz.

Uno de los grandes obstáculos que los colombianos tenemos para salir de nuestra cruel y larga guerra es que tenemos mucha dificultad para imaginarnos lo que sería vivir en paz.

La guerra, cuando se prolonga, se torna cotidiana y se nos mete por todos lados, al punto de que la vemos como algo natural, mientras que la paz se vuelve lejana, casi antinatural, por lo que cuesta incluso imaginarla. Stefan Zweig, en su autobiografía (El mundo de ayer), narra un episodio de su vida que ilustra muy bien ese fenómeno.

En 1917, luego de vivir durante tres años en su Austria natal los rigores y horrores de la I Guerra Mundial, Zweig obtiene un permiso para viajar a Suiza, a fin de presentar su nueva obra de teatro. Suiza mantuvo su neutralidad y pudo vivir en paz esos terribles años de la guerra europea. El paso en tren de la frontera entre Austria y Suiza fue entonces para Zweig el paso de la guerra a la paz, lo cual le permitió, en unas cortas y hermosas páginas, mostrar los contrastes entre una y otra. Es la oposición entre una Austria en guerra, con penurias materiales, llena de miedos, fanatismos, jóvenes mutilados y la censura generalizada, y una Suiza en paz, tolerante, con abundancia material y libertades, sin censura, ni miedos, ni madres en insomnio sufriendo por la suerte de sus hijos.

Un episodio más bien banal de ese viaje a Suiza le muestra al escritor hasta qué punto la guerra se le había vuelto tan cotidiana y natural que estaba totalmente desacostumbrado para la paz, incluso en términos físicos. Poco después de llegar a Zurich, Zweig toma un café y fuma un tabaco, pero esto le da mareos y taquicardia; el escritor entiende entonces que después de largos meses de forzada abstinencia o de tomar sucedáneos, su cuerpo ya no toleraba el café y el tabaco verdaderos. Y Zweig concluye profundamente: “El cuerpo mismo, habituado a lo antinatural de la guerra, tenía también necesidad de readaptarse a lo natural de la paz”.

Si Zweig, después de haber vivido durante décadas la tranquilidad estable, incluso monótona, del Imperio Austrohúngaro, se desacostumbró a la paz con haber soportado sólo tres años de guerra, imaginen ustedes el enorme impacto que ha tenido nuestra guerra de más de 50 años en nuestra experiencia y visión de la paz. No sólo estamos desacostumbrados a la paz sino que incluso nos cuesta siquiera imaginarla. Y esto plantea un enorme desafío pues es difícil vencer los escepticismos, los temores y las oposiciones a las negociaciones de La Habana si no mostramos los beneficios de una Colombia en paz. Pero para ello es necesario imaginar colectivamente cómo sería esa Colombia en paz. ¿Será que es simplemente poder salir a pescar de noche sin miedo, como dijo alguna vez Darío Echandía? No lo sé pero una cosa es segura: quienes defendemos que este proceso de paz, a pesar de sus imperfecciones y dificultades, es nuestra mejor oportunidad de salir de esta dolorosa guerra, tenemos una tarea colectiva: imaginar la paz.

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