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Impunidad social

EN UNA INVESTIGACIÓN RECIENTE que hicimos en Dejusticia sobre gente que se salta la fila en diferentes sitios de la ciudad de Bogotá, encontramos que si bien ese comportamiento varía mucho de un lugar a otro —en los colegios es más común que, por ejemplo, en el Aeropuerto— los saltadores de filas no sólo abundan en la ciudad sino que es muy poca la gente que protesta de manera directa y explícita contra ellos. Más aún, lo que comprobamos es que hay tantos incumplidores porque nadie los critica.

Por: Mauricio García VillegasFebrero 6, 2009

EN UNA INVESTIGACIÓN RECIENTE que hicimos en Dejusticia sobre gente que se salta la fila en diferentes sitios de la ciudad de Bogotá, encontramos que si bien ese comportamiento varía mucho de un lugar a otro —en los colegios es más común que, por ejemplo, en el Aeropuerto— los saltadores de filas no sólo abundan en la ciudad sino que es muy poca la gente que protesta de manera directa y explícita contra ellos. Más aún, lo que comprobamos es que hay tantos incumplidores porque nadie los critica.

A pesar de no estar escrita en ninguna ley ni en ninguna declaración de derechos, la regla de la fila encarna un sentido elemental de justicia que, por lo menos en abstracto, nadie discute. Pero, en la práctica, las cosas son a otro precio.

Hay dos tipos de saltadores de filas. Los primeros son los arrogantes; es decir, aquellos que se creen con derecho a pasar primero porque tienen poder, fama, dinero, palancas o simplemente porque se creen superiores a los demás. No es que desconozcan la regla que ordena hacer fila; es que creen que esa norma tiene excepciones que los benefician a ellos. Es por eso que la lista colombiana de las personas que, de hecho, están eximidas de hacer fila no sólo incluye a los lisiados, a los ancianos y a las mujeres embarazadas, como debe ser, sino a los amigos, a los jefes, a los padrinos, a los poderosos, etc. Los otros saltadores de fila son los vivos. De cierta manera, ellos también se creen superiores; no por tener poder o fama, sino por ser más astutos; por ganarles la partida a los pendejos, a los que dan papaya. Con mucha frecuencia, la arrogancia y la viveza se juntan y se autorrefuerzan, en los mismos personajes.

¿Por qué si la norma de la fila es tan elemental y tan justa, tenemos tantos incumplidores? Muchos factores intervienen; pero hay uno que me parece particularmente relevante y es la falta de vergüenza de quienes incumplen. La vergüenza es a las normas sociales —como la de la fila— lo que la multa o la cárcel son a la ley penal. En Colombia ambas sanciones son deficientes: así como carecemos de una justicia capaz de encarcelar a la mayoría de los criminales, tampoco contamos con un reproche social capaz de avergonzar a la mayoría de los incumplidores.

Aquí los saltadores de filas viven a sus anchas; casi nadie los confronta. Su desacato es visto como una fatalidad, como algo que hay que soportar, incluso tolerar, no como una falta. Por eso, los saltadores de filas no sólo no aceptan el reproche de quienes eventualmente los critican, sino que contestan esos reclamos con un airado “¡y a usted qué le importa! ¡No sea sapo!”.

Así como en Colombia debería haber más delincuentes juzgados y sancionados, también debería haber más saltadores de fila avergonzados. Aquí no sólo tenemos un problema de impunidad penal sino también de impunidad social. Esto es particularmente grave por dos razones. En primer lugar, porque la impunidad no sólo es el producto de tanto delito, sino que tanto delito es el producto de la impunidad. Por lo mismo, tanto sinvergüenza en la calle es el producto de tan poca crítica ciudadana. En segundo lugar, porque no parece una casualidad que las sociedades en donde abundan los incumplidores sociales sean también aquellas en donde abundan los incumplidores a la ley penal.

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