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La actualidad de Albert Camus
Por: Rodrigo Uprimny Yepes | Enero 4, 2010
AYER 4 DE ENERO SE CUMPLIERON 50 años de la absurda muerte en un accidente de tránsito del teórico del absurdo, el literato y pensador francés Albert Camus.
Recurro a esta conmemoración y a la costumbre de muchos columnistas de recomendar para vacaciones algún libro reciente, para invitar a la lectura de los textos de este autor, que obviamente no son una novedad literaria pero son de enorme actualidad.
Camus fue un gran literato. El Premio Nobel que recibió en 1957, cuando sólo tenía 44 años, es un reconocimiento a las cualidades de sus novelas, como El Extranjero o La Peste, o de sus obras de teatro como El Malentendido, Los Justos o Calígula. Estas obras siempre me han apasionado, no sólo por su estilo —de una brevedad, limpieza y claridad envidiables—, sino también por sus tramas, sus diálogos y sus personajes.
Para quienes dudamos de la existencia de dioses y otros mundos, personajes como Tarrou o el Doctor Rieux en La Peste resultan memorables. Dos ateos que saben que sólo tienen una vida pero la arriesgan para reducir el sufrimiento de los enfermos y apestados. Camus, ateo declarado, muestra así que el humanismo y la solidaridad con los vencidos y las víctimas no son patrimonio de los creyentes. Una advertencia saludable en nuestro mundo contemporáneo, en donde los militantes religiosos se creen depositarios únicos de la justicia y la solidaridad.
No soy ni pretendo ser crítico literario pero creo que la lectura y la relectura de estas novelas y obras teatrales no decepcionará a casi nadie. Con todo, el Camus que más me interesa y atrae es el pensador.
Durante mucho tiempo Camus fue menospreciado como un filósofo menor. Y es cierto que sólo alcanzó a presentar las líneas centrales de su pensamiento en obras como El Mito de Sísifo o El Hombre Rebelde, que tienden a ser más bien largos ensayos que sistemas filosóficos completos. Pero en esos textos Camus captó algunos de los dilemas centrales del mundo contemporáneo y ofreció líneas de reflexión y de acción de una enorme lucidez.
Es imposible resumir en una columna las tesis esenciales de Camus, por lo que me concentro en aquella que me parece más relevante en nuestra Colombia polarizada: su rechazo de los absolutos en la política y su defensa de una rebeldía mesurada.
Camus no era un ingenuo; conoció las atrocidades del nazismo o del stalinismo pero eso no lo llevó a la desesperanza, al nihilismo o a la aceptación de las injusticias y opresiones existentes, tan de moda en muchos postmodernos. Camus reivindicó la rebelión contra la injusticia, a tal punto que veía en ella un elemento esencial de la condición humana. Frente al “pienso luego existo” de Descartes, Camus habló del “me rebelo, luego somos”. Había que rebelarse frente a las opresiones y esforzarse por disminuir el sufrimiento en el mundo.
Pero Camus insistió en que la rebelión debía ser fiel a sí misma y por ello no podía perseguir absolutos; debía ser mesurada e imponerse límites morales, para no cometer crueldades en nombre de un futuro mejor. Por ello Camus rechazó todo totalitarismo, sea de izquierda o de derecha, y defendió una política de la mesura, lejana de pretensiones absolutas, a las cuales él veía más propias de la religión que de la política. Como escribió lúcidamente, “la política no es religión, o entonces se torna en inquisición”.
En esta Colombia polarizada, en donde tantos se sienten poseedores de la verdad absoluta, la lucidez mesurada y democrática de Camus resulta refrescante y de enorme actualidad.