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Tras la decisión de la Corte que avaló el plebiscito, los promotores del SÍ han dicho que su objetivo no es el mínimo de votos requerido por el umbral (4,5 millones) sino 10 millones. Así se reduciría el riesgo de que la oposición considere ilegítimo el resultado y de que el pueblo no se sienta comprometido a impulsar el proyecto de paz.

Tras la decisión de la Corte que avaló el plebiscito, los promotores del SÍ han dicho que su objetivo no es el mínimo de votos requerido por el umbral (4,5 millones) sino 10 millones. Así se reduciría el riesgo de que la oposición considere ilegítimo el resultado y de que el pueblo no se sienta comprometido a impulsar el proyecto de paz.

¿Cómo lograr una votación tan alta en un país de tradición abstencionista? No es imposible. Gallup mostró que un 40% de los encuestados definitivamente votaría, y un 70% de ellos votaría a favor. Estos porcentajes equivalen a 13 y nueve millones de votos. Es probable que los números aumenten. Solo el 19% de los encuestados afirmó que definitivamente no votaría, lo cual deja un amplio 41% de indecisos que pueden ser convencidos.

Pero no hay que subestimar la dificultad de la tarea. Aún si la oposición descarta la abstención como estrategia, algunos pueden sentirse desafectos, y preferir no votar. Otros pueden votar no, al preferir el estado de cosas actual —por malo que sea— que los cambios que la paz acarrearía. Como lo mostró el nobel Kahneman, en condiciones de incertidumbre la gente prefiere no perder lo poco que tiene que la posibilidad de ganar mucho más.

Muchos insisten en que la campaña por el SÍ debería centrarse en hacer pedagogía; otros se oponen, y alegan que la clave es promover la pasión del electorado. Pero son opciones complementarias, no contrarias. La campaña debe enfrentar la indiferencia con esperanza, y el prejuicio con información clara y persuasiva.

La apatía puede reducirse con un mensaje emotivo que muestre la trascendencia del momento político e invite a la gente a no quedarse fuera de una decisión que forjará futuro. Pero el estímulo de las emociones es un arma de doble filo: si los defensores del no fomentan el miedo, este puede ser más paralizante que la esperanza movilizadora.

Además, no vamos a lograr 10 millones de votos con una campaña motivacional vacía de contenido. Como dice Francisco Gutiérrez, no podemos suponer que los votantes son idiotas. Debemos entender de dónde vienen sus reticencias y, si estas parten de miedos infundados, contrarrestarlos, y si consisten en posiciones fundamentadas, debatirlas con argumentos sólidos.

Por ejemplo, mucha renuencia proviene de la idea errada pero muy difundida de que si no hay cárcel para los perpetradores de atrocidades se viola el derecho internacional. Hay que insistir en que ninguna regla del derecho internacional exige la privación de la libertad con cárcel si existen condenas contundentes y castigos proporcionales.

Esta información puede no bastar para quienes sienten rabia por que las Farc no vayan a la cárcel. Frente a esta postura, las partes negociadoras deben explicar el castigo que recibirán los perpetradores, y demostrar cómo aquel puede ser igual o más responsabilizante que la cárcel, y contribuir a la reconciliación. Como mínimo, deberían anunciar actos de reparación con bienes materiales y con trabajo, y actos públicos de perdón.

Así podrán comenzar a derribarse el miedo y la indignación con razones. La indiferencia empezará a socavarse con la esperanza que generará la firma del acuerdo final.

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